El Periódico Extremadura

LOS ESPÍAS ‘AMATEURS’ DEL BÓSFORO

Estambul, enclave crucial durante la guerra fría, ha recuperado su importanci­a geoestraté­gica con la invasión de Ucrania. En este nuevo telón de acero, un grupo de observador­es controla los movimiento­s de los buques rusos para así leer las estrategia­s del

- POR ADRIÀ ROCHA CUTILLER

Hoy es un día importante, pero los nervios no atacan a Yörük porque lo que va a hacer en un rato lo ha hecho ya mil veces. Está tranquilo, sentado, esperando a que el carguero haga la ruta que se le supone. Nada se torcerá porque está todo bajo control.

«Hoy he venido a buscar un mercante ruso que hace la ruta en dirección norte. Partió de Sebastopol, Crimea, y transitó el Bósforo en dirección al Mediterrán­eo a principios de mayo, llevando trigo robado de Ucrania. Primero la tripulació­n había marcado que el destino final era Alejandría, en Egipto. Pero era mentira: iba a Siria. Ahora vuelve al mar Negro, para seguir con la ruta», explica Yörük Isik, que saca el teléfono.

«Este es», señala este hombre bonachón, corpulento, de barba blanca y pelo largo, mientras controla el tráfico marítimo a través de una aplicación desde su teléfono. «Ahora está allá abajo, justo en la entrada del estrecho. Nos atrapará en un rato», explica Yörük, mientras señala hacia el sur, en dirección hacia las grandes mezquitas y palacios imperiales que rotulan la silueta de la península histórica de Estambul.

Si hay alguien en la ciudad que conoce milimétric­amente el Bósforo, la vía marítima que parte por la mitad la mayor ciudad de Europa, este es sin duda Yörük Isik, analista geopolític­o del think tank Middle East Institute y experto de todo lo que ocurre en el mar. Yörük se pasa las semanas arriba y abajo del estrecho, recorriénd­olo en ferry y fotografia­ndo todos los navíos interesant­es que lo transiten. El de hoy promete serlo.

«Este tipo de barcos rusos con trigo robado de Ucrania también han llegado a Turquía. Es increíble. Pasa delante de los ojos de todos y nadie dice nada, pese a que la orden oficial del Gobierno turco es no aceptarlos. Y, sin embargo, ahí siguen», se queja Yörük.

Leer el mar

Pero el carguero ruso aún no ha entrado en el Bósforo, así que el hombre se relaja; su cámara sigue en la bolsa; él, distraído, mira uno de los paisajes más famosos del mundo. Navegar el Bósforo con Yörük es navegar, a la vez, por la historia de la ciudad entre continente­s, recorriend­o sus palacios olvidados, las intrigas y conspiraci­ones mundiales y regionales que en ellos se vivieron; los imperios que nacieron aquí y vinieron a morir aquí, a la orilla del Bósforo.

Pero, por supuesto, no solo es observar el pasado edificado en la costa. También es ver el presente y el futuro, a través de lo que ocurre y transcurre por el mar. No basta solo con ver. Uno tiene que saber mirar.

Todo ocurrió a principios de febrero. El mundo entero, en aquel momento, se debatía entre si las amenazas rusas de invadir Ucrania eran o no un farol. Casi todos pensaban que nada ocurriría, que no tendría ningún sentido.

Pero entonces, a principios de febrero, en pleno invierno, tres semanas antes del inicio de la guerra, empezaron a venir. «Entre los que nos dedicamos a esto, trabajamos todos en equipo, porque uno solo no puede verlo todo. Tenemos compañeros observando el mar del Norte, el Báltico, el estrecho de Gibraltar… Hablamos entre nosotros, usamos imágenes de satélite y sabemos cuándo pasan los navíos aunque apaguen sus transmisor­es. Así que vimos que en la primera semana de febrero seis barcos rusos venían al mar Negro mucho más rápido de lo normal», recuerda Yörük.

No eran barcos normales: eran navíos de desembarco, buques enormes con capacidad de transporta­r, en su interior, tanques, blindados, camiones y soldados. Rusia ya tenía seis de esos en el mar Negro; ahora habría 12.

En febrero, cuando los analistas aún descartaba­n la guerra, ellos vieron que barcos con capacidad para transporta­r tanques y soldados iban hacia el mar Negro

Indicador del ataque ruso

«Su pasaje fue el mayor indicador de que Rusia quería atacar Ucrania –explica Devrim Yaylali, otro observador marítimo que vende sus fotos a revistas especializ­adas militares–. Son buques que pueden llegar hasta la costa del enemigo y desembarca­r, como en Normandía. Según la Convención de Montreaux (que rige el paso de navíos de guerra en los estrechos del Bósforo y los Dardane

los), el tránsito de un barco extranjero tiene que empezar de día. Normalment­e, cruzan los Dardanelos por la mañana, y al día siguiente llegan a Estambul y entran al mar Negro por la tarde. Pero esta vez fue distinto. Cruzaron el Bósforo de noche, a toda prisa».

«Ahí fue cuando me di cuenta de que Rusia no estaba solo amenazando. Todo esto sucedió entre el 8 y el 9 de febrero. Fue muy frustrante ver lo que iba a ocurrir sin poder hacer nada. Nadie quiere una guerra y menos si es de un país invadiendo a otro», afirma Yaylali.

Lugar de paso histórico

Con la guerra de Ucrania –y también con la intervenci­ón rusa en el conflicto sirio–, Estambul y el Bósforo han visto como su importanci­a geopolític­a revivía. En la ciudad de los dos continente­s ha nacido una comunidad de observador­es, algunos de los cuales sacan los prismático­s y sus cámaras como hobi.

Y ellos, ahora, son los que recogen el testigo –algo menos glamuroso, por supuesto– de la Estambul de la guerra fría, una ciudad de espías, operacione­s de vigilancia secretas y pugnas internacio­nales.

«Durante todos esos años, Turquía asumió un rol muy importante en el control de los estrechos, que eran un punto crucial tanto para la Unión Soviética como para los demás países de Europa del este. Turquía podía bloquear si quería la totalidad de las fuerzas navales soviéticas en el mar Negro. Y este es uno de los motivos por los que Turquía entró en la OTAN en la década de los años 50», explica Mensur Akgün, académico y profesor de la universida­d Kültür de Estambul.

«Durante la segunda guerra mundial y los años posteriore­s, países como Turquía se convirtier­on en una arena de lucha para los espías. Y Estambul, claro, era un lugar clave. Además, esta posición geoestraté­gica impactó muchísimo en Turquía. Primero llevó a la primera democratiz­ación del país y, después, al acceso a la OTAN», continúa Akgün.

Con la desaparici­ón de la URSS en 1991, sin embargo, el Bósforo perdió su importanci­a militar. Seguía siendo una de las mayores líneas de tráfico comercial del mundo, pero los observador­es internacio­nales dejaron de prestar atención a Estambul.

Hasta 2015. «Desde el inicio de la campaña militar rusa en Siria hasta ahora, con la guerra en Ucrania, el Bósforo y los Dardanelos han vuelto a ser punto militar importantí­simo. Todo esto hace de Rusia dependa estratégic­amente de Turquía, como Turquía también es muy dependient­e de Rusia. Por eso Ankara ha intentado estar tan involucrad­a en terminar con el conflicto en Ucrania», explica Akgün.

‘Gato marinero’ hacia el norte

Ya es bien entrada la tarde cuando ahí, bajo el puente que atraviesa el Bósforo, aparece, a lo lejos, el buque objeto de los deseos de Yörük. «Ahí está –exclama, ¡el Matrós Koshka! En ruso significa el Gato Marinero. Son un poco chapuceros, porque el nombre se cambió hace poco y lo han pintado encima del anterior. Esto lo hacen por si alguien decide retener el barco. Entonces, los rusos se desentiend­en».

A partir de este punto, Yörük entra en acción. El hombre desenfunda su cámara y monta su objetivo telescópic­o kilométric­o. «Tengo uno aún más grande», dice, sonriendo. Y a partir de aquí, el hombre entra en una batalla con las olas, contra las que lucha para conseguir el mejor encuadre posible.

Hay tiempo: como el Bósforo es una de las vías marítimas más transitada­s del mundo, barcos gigantes como el Gato Marinero tienen que pasar Estambul en un paseo letárgico, casi tranquilo.

Rumbo al mar Negro

«Las fotos que conseguimo­s sacar aquí nos ayudan a identifica­r mejor los barcos. Si por ejemplo conseguimo­s buenas fotos del puente de mando, podemos retratar sus caracterís­ticas, que luego nos servirán para encontrar dicho navío por satélite. Aunque al final, claro, el volumen de trabajo más importante que hacemos es el seguimient­o. Las fotografía­s son como la guinda del pastel», dice Yörük.

Ya con la tarea hecha, el mercante desaparece tras el final del Bósforo, en dirección al mar Negro. De ahí, probableme­nte, volverá a Sebastopol, Crimea, donde se cargará de nuevo de su preciosa mercancía para repetir el proceso de nuevo. En unas semanas, el Gato Marinero volverá a cruzar Estambul, esa vez en dirección sur, y seguirá siendo lo que es ahora: un barco ruso transporta­ndo trigo robado de Ucrania.

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ADRIÀ ROCHA El buque ruso cargado de trigo procedente de Crimea, según los observador­es.
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ADRIÀ ROCHA Yörük Isik, observador y analista del ‘think tank’ Middle East Institute.
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ADRIÀ ROCHA El perfil de Estambul visto desde el mar.

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