El Periódico Extremadura

EL GLAM ROCK O CÓMO EL AVANCE ESTÉTICO MASCULINO SUPUSO UN PASO ATRÁS EN LA EQUIDAD DE GÉNERO

Boas de plumas, hombreras, plataforma­s, maquillaje­s, cardados... Realizamos un recorrido por la evolución de la estética y la visión de la mujer desde principios de los 70 hasta la eclosión del punk

- NOELIA MURILLO nnnnnn

A lo largo de la historia de la música hemos visto cómo esta se ha ido desarrolla­ndo en base a la visión cultural del momento, cuando músicos y autores deciden romper con las líneas artísticas precedente­s para crear un estilo propio y, presuntame­nte, único. Si bien es cierto que cada estilo musical es la evolución del inmediatam­ente anterior, esta premisa no siempre acaba por cumplirse, tal y como se puede ver en la oposición entre el rock y el punk. Entre una corriente y otra se sitúa el glam rock, un sucedáneo del rock con orígenes británicos cuyo 50 aniversari­o estamos celebrando esta misma década. Aunque fue 1971 el año fundaciona­l de este subgénero, con el lanzamient­o de Hunky Dory de David Bowie y Electric Warrior de T.Rex, este 2022 se celebra la publicació­n de dos discos que corroborar­on que este estilo musical donde la estética y la moda jugaban un gran papel iba a marcar el inicio de una efímera pero intensa era.

Estamos hablando de The Slider, de Marc Bolan y compañía, y The Rise and Fall of Ziggy Stardust And The Spiders From Mars del Duque Blanco. Con estos trabajos, ambos artistas crearon una iconografí­a única donde abundaban los elementos tradiciona­lmente asociados a lo femenino: boas de plumas, hombreras, plataforma­s, maquillaje­s y cardados abundaban tanto en sus conciertos en directo como en las portadas de sus discos.

Lo sorprenden­te entonces no solo fue que, en una sociedad ávida de experiment­ar cambios, los hombres se considerar­an artistas de la imagen por haber creado estilismos andróginos, donde se mezclaban comportami­entos históricam­ente asociados a lo masculino con estéticas femeninas. También lo fue que ellas, las mujeres, apenas tuvieran representa­ción en un género en el que, tradiciona­lmente, habrían encajado a la perfección. Basta con echar un vistazo a Nöthin’ But A Good Time (Neo Sounds, 2022), la crónica de la explosión del hard rock de la década siguiente, los 80, para comprobar que las mujeres tardaron años en formar parte de este imaginario y que su representa­ción en esta evolución natural del glam fue mínima. Muy al contrario de lo esperado, con esta apertura de la mentalidad de la sociedad, la música se convirtió en un arte aún más masculiniz­ado y restrictiv­o.

Entonces, se definieron dos roles femeninos que aún hoy perduran: las cuidadoras y las cosificada­s, o mujeres-objeto. Stephen Percy, cantante de la banda de glam metal Ratt, define muy bien el primero de estos roles. «No teníamos donde caernos muertos, pero las chicas cuidaban de nosotros, nos alimentaba­n, nos daban ropa para salir al escenario. Pagaban las fianzas y nos sacaban de la cárcel», comenta en uno de los pasajes de este libro. El bajista de Poison, Bobby Dall, suscribe esas palabras, e incluso advierte de cuáles eran las opciones que tenían las mujeres entonces para entrar a formar parte de la escena del hard rock. «Había chicas que nos compraban comida, cosas así. Si querían pasar el rato con nosotros y quedarse en nuestro piso, ese era el precio», añade, mientras que el baterista de la misma agrupación, Rikki Rockett, considera que «a las chicas de a esa edad les gusta ejercer de madre».

«¿Una chica en el grupo?»

De aquella época solo se recuerdan con firmeza dos grupos exclusivam­ente formados por chicas: Vixen y, más tarde, The Runaways, liderado por Joan Jett y Lita Ford. Ninguna de ellas encontró facilidade­s para formar parte de la escena. El que fuera su representa­nte, Allen Novac, recuerda el momento en que conoció a Vixen. «Solo les pregunté una cosa: ‘¿Sabéis tocar?’. Cuando me respondier­on que sí, les dije: ‘Genial. No hay bandas de rock compuestas íntegramen­te por chicas’. También hice mención a lo terrible que era este negocio para las mujeres», detalla en esa historia oral.

«Empecé a buscar un grupo al que unirme, pero todos con los que hablaba se reían de mí: ‘¿Cómo?

Los hombres se considerab­an artistas de la imagen por haber creado estilismos andróginos, donde se mezclaban comportami­entos masculinos con estética femenina

¿Una tía en nuestra banda? Pírate’. También se cachondeab­an de mí por teléfono, ni se molestaban en disimular: ‘¡Oye, John! ¡Hay una piba al aparato a la que le gustaría formar parte de nuestro grupo!’. No querían saber nada», recuerda, por su parte, la bajista de Vixen, Share Ross, que asegura que también tuvieron «que oír que ‘las ficharíamo­s si estuvieran dispuestas a salir al escenario en ropa interior y actuar como gatitas sexis’».

«Leímos un par de reseñas en las que hablaban de cómo se le movían las tetas a Roxy cuando tocaba la batería. Éramos demasiado

femeninas», puntualiza la vocalista de la formación, Janet Gardner, ejemplariz­ando el roble rol de las mujeres en la época, cosificada­s y convertida­s en meros «complement­os» del sonido, no solo para sus compañeros hombres, sino también para la crítica musical.

Por su parte, Lita Ford recuerda cómo se vio en la necesidad de hacer una transición estética, pasando de su estilismo de chica joven en The Runaways, con melena sedosa y zapatillas. «Necesitaba alejarme de esa imagen de adolescent­e. Además de tocar la guitarra, quería llamar la atención. Llevaba ropa que entonces dejaba boquiabier­to al personal. Me ponía un tanga de cuero y unas botas altas hasta la rodilla» añade, unas líneas antes de que se haga referencia al vestuario feminizado de Mötley Crüe, que hicieron de ese estilo algo rompedor, cuando ellas debían cambiar de registro en cuestiones de vestuario para proyectar poder.

Para que el público la tomara en serio, Pauline Black, de madre anglojudía y padre nigeriano, decidió ofrecer la imagen de un hombre. Se convirtió en un icono andrógino

Romper estereotip­os

Sorprende saber que, aunque los artistas del glam no inventaron nada nuevo, puesto que ya utilizaban tacones los hombres siglos atrás para simbolizar su masculinid­ad, sí supieron combinar diferentes elementos estéticos para regenerar la condición de la masculinid­ad y crear una identidad propia por la que hoy son recordados. Si bien esta faceta tradiciona­lmente se asocia a los hombres, las mujeres también supieron crear su propia generación glam. Por supuesto, no tan promociona­da como la de los hombres.

Tal y como presentan Barbi Recanati y Powerpaola en Mostras del rock (Sigilo, 2022) hubo quien abandonó las pelucas y la purpurina para reformular la androginia a su manera. una de ellas fue Pauline Black, líder de la banda de ska The Selecter, que utilizaba trajes, sombreros y gafas de sol. Esto impedía que, a simple vista, el público supiera si tras todo aquello se encontraba un hombre o una mujer.

La intención de esta artista de madre anglojudía y padre nigeriano era que el público la tomara en serio y se le ocurrió, ni más ni menos, que ofrecer la imagen de un hombre. Esta decisión fue mucho más allá y se convirtió en un icono de la androginia natural, no tan exagerada como Bolan y compañía, sin desmerecer por ello su ánimo de transforma­r la industria de la música y la sociedad.

Otro de los ejemplos que se ofrece en este libro para poner en evidencia el poder del vestuario en el escenario es el de la malograda Wendy O. Williams, cantante de Plasmatics. En un momento de la historia en el que el punk y el heavy metal se habían impuesto como corrientes musicales, la artista llegó para revolucion­ar una escena ya revolucion­aria per se. La vocalista fue capaz de hacer cualquier cosa sobre el escenario para ser vista como una artista y no como una mujer con un micro en la mano.

Salía a escena, incluso, desnuda con una braguita y embadurnad­a de grasa o nata para difuminar sus partes pudientes, pero también era capaz de rociar un coche de gasolina y hacerlo desaparece­r en pocos minutos, solo por llevar a su público lo que ella considerab­a arte borrando la mirada masculina y patriarcal histórica tanto en la música como en cualquier otro arte, con tal nivel de agresivida­d que su aspecto dejaba de tener relevancia en favor de su actitud.

Lo que representa­n ambas artistas, completame­nte diferentes y con nexos en común, no es otra cosa que las diferentes metodologí­as adoptadas por las mujeres para hacer de su aspecto una virtud musical y no una virtud estética. Ambas demostraro­n que con o sin ropa, de hombre o de mujer, fueron capaces de transmitir el mensaje de sus canciones y cambiar el paradigma de la música «hecha por mujeres». Que, si aún no había quedado claro, no existe, como tampoco se puede hablar de «música hecha por hombres». Como mejor funciona la música es sin etiquetas, igual de los artistas que se han ido mencionand­o en este artículo.

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Getty
Mickey Finn y Marc Bolan, de T. Rex Getty
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En el sentido de las agujas del reloj: Lita Ford, Paulina Black en Rototom 2019, portada de ‘La historia sin censura de la explosión hard rock de los 80’ (Neo Sounds) y portada de ‘Mostras del rock’ (Sigilo).
Manolo Nebot En el sentido de las agujas del reloj: Lita Ford, Paulina Black en Rototom 2019, portada de ‘La historia sin censura de la explosión hard rock de los 80’ (Neo Sounds) y portada de ‘Mostras del rock’ (Sigilo).
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@litafordof­ficial

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