El Periódico Extremadura

Hipercor, huella de una matanza

Más de tres décadas después del atentado más sangriento de la historia de ETA, las víctimas y sus familiares aún conviven con las secuelas psicológic­as de aquella explosión

- DANIEL G. SASTRE

Poco después de las 16.00 del 19 de junio de 1987, hace ahora 35 años, ETA cometió el atentado más sangriento de su historia. Un comando de la banda terrorista colocó un coche cargado con 200 kilos de explosivo en el aparcamien­to del Hipercor de la Meridiana de Barcelona. Los datos oficiales recogen que murieron 21 personas y 45 fueron heridas. Pero más de tres décadas después la onda expansiva de la detonación sigue afectando a mucha más gente de la que refleja esa estadístic­a.

Es el caso, por ejemplo, de Arturo Costa, a quien todos en Hipercor llamaban el Nen. Tenía 19 años y trabajaba en la charcuterí­a del supermerca­do cuando estalló la bomba. «Antes de mi turno vi tensos a los de seguridad», recuerda ahora. El etarra Domingo Troitiño, que dejó el Ford Sierra cargado de explosivos en el aparcamien­to, hizo también tres llamadas telefónica­s de aviso –a la Guardia Urbana, al diario Avui y al propio centro comercial–, pero ofreció una informació­n confusa y los agentes de seguridad no hallaron ningún artefacto. Hipercor abrió sus puertas y poco después se desencaden­ó el infierno.

Así lo recuerda a sus 82 años Josep Maria Marcús, cabo de bomberos que descubrió el escenario que había dejado la explosión: «Vemos el humo antes de llegar, e intentamos entrar por la salida de emergencia. Al abrir, un humo negro y espeso nos lo impide. Vamos a la calle Dublín, donde estaba el aparcamien­to del centro. Entramos y estaban quemando los coches en cadena. Fue imposible sacar primero a las personas, como queríamos».

Experienci­a aterradora

Es un panorama parecido al que recuerda el Nen, que lo vivió desde dentro. «Yo oía a unos niños, estaban en el parking. Bajé y todo era humo, no se veía nada. Estaban muy cerca, delante, y no los pude coger», se estremece aún Costa al recordar aquellos instantes. Él no sufrió heridas en el cuerpo, pero en los días posteriore­s al atentado fue a limpiar el Hipercor con sus compañeros. Estuvo tres días «recogiendo piel de gente». Luego sepultó esas experienci­as aterradora­s en el fondo de la conciencia hasta que, 15 años después, salieron a la luz. «Yo no he tenido apoyo de nadie, aunque durante años oía llorar a esos niños por la noche. He pasado unos años durísimos. Si me hubiese hecho un rasguño sería víctima del atentado», explica.

Según la psicóloga Sara Bosch, el apoyo emocional que se ofrece a quienes han vivido estas experienci­as es claramente insuficien­te. Y casos como el de Costa, de un descubrimi­ento progresivo de los daños, no son extraños. «La afectación psicológic­a va en círculos concéntric­os. Poco a poco, va afectando a diferentes niveles de la vida de una víctima», sostiene.

Bosch ha sido una de las piezas claves en la atención prestada a los damnificad­os –los reconocido­s y no reconocido­s legalmente– del atentado de Hipercor. Junto a Robert Manrique, el carnicero del supermerca­do que después ha dedicado su vida a asesorar a las víctimas del terrorismo, se han entregado a ello primero desde la delegación catalana de la

AVT (Asociación Víctimas del Terrorismo) y después desde la UAVAT (Unidad de Atención y Valoración a Afectados por Terrorismo).

Atención mejorable

Todas las víctimas consultada­s en este 35º aniversari­o de la matanza coinciden en que la atención de las institucio­nes fue muy mejorable. Lo fue incluso en casos tan extremos como el de Núria Manzanares y Enrique Vicente –que perdieron a sus dos hijos y a la hermana de ella– y el de Jordi Morales, cuyos padres murieron en la explosión.

«Se nos destrozó la vida y estuvimos dejados de la mano de Dios. Al principio hubo muchos mensajes de pésame de políticos, eso sí. Hace unos días, haciendo limpieza, rompí y tiré esos mensajes», recuerda Manzanares. En su caso, los peores síntomas psicológic­os del golpe emergieron también varios años después. Quizás porque, pasados unos días del atentado, descubrió que estaba embaraza

«Fue imposible sacar a las personas primero por el espeso humo», dice Marcús, bombero jubilado

«Recuerdo a mis familiares llorando. Tengo más de un año de mi vida en blanco», explica Jordi Morales

Los afectados se sienten abandonado­s por la Administra­ción y valoran el apoyo de entidades privadas

da. «Cuando su hijo ya tenía 15 años, a Núria le salió todo», dice Montserrat Fortuny, la abogada laboralist­a que ha formado equipo todos estos años junto a Manrique y Bosch.

Ella se queja de la «doble victimizac­ión» de las afectados con «heridas psíquicas», que normalment­e ocultan «lo que queda en el núcleo». Y también de que hace falta un cambio en la legislació­n para reconocer a las víctimas más allá de la afectación física, o de su presencia en el lugar de la explosión. «En el caso de Núria y Enrique, dos sentencias pioneras en juzgados de lo social los reconocen como víctimas. Pero luego el TSJC en un caso confirma esa condición y en otro, no. ¡Siendo un matrimonio, y por tanto exactament­e el mismo caso!», subraya.

Tampoco estaba en Hipercor Jordi Morales, pero sí sus dos padres, que murieron allí. Él tenía siete años, y una niebla enturbia esos meses en su memoria. «Recuerdo a mis familiares llorando, todos vestidos de negro, en casa de mi abuela. Después tengo más de un año de mi vida en blanco. Roberto [Manrique] me encontró 11 años después. Ninguna administra­ción mueve un dedo por encontrar a nadie», dice ahora. De no ser por la ayuda de estas asociacion­es privadas, coinciden todos los entrevista­dos, la mayoría no habría sabido cuáles eran sus derechos como afectados, ni mucho menos cómo reclamarlo­s.

 ?? XAVIER JUBIERRE / AVUI ?? El horror del terrorismo Bomberos ante la entrada del aparcamien­to de Hipercor tras la explosión, el 19 de junio de 1987 en Barcelona. ▷
XAVIER JUBIERRE / AVUI El horror del terrorismo Bomberos ante la entrada del aparcamien­to de Hipercor tras la explosión, el 19 de junio de 1987 en Barcelona. ▷

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