El Periódico Extremadura

‘From Columbia to Colombia’

- XAVIER Carmaniu Mainadé

Acaba de celebrarse la segunda vuelta de las elecciones presidenci­ales en Colombia en un momento crucial para el futuro de un país que sigue teniendo muchos retos a superar. Para nosotros, y para todo el mundo, Colombia es el nombre que identifica­mos con el territorio que limita con Venezuela, Brasil, Perú, Ecuador y Panamá.

Es fácil adivinar que su nombre es un homenaje al navegante Cristóbal Colón, actualment­e una de las figuras más incómodas de la historia pero que hasta hace poco había sido un referente. Buena prueba de ello es que muchos sitios distintos de América intentaron apropiárse­lo.

Uno de los primeros lugares donde ocurrió esto fue en las colonias de la costa este de Norteaméri­ca durante su proceso de independen­cia del Reino Unido. A medida que esos territorio­s adquiriero­n conciencia de ser una entidad política con personalid­ad propia, buscaron referentes simbólicos para representa­r sus aspiracion­es a través del arte y la literatura.

Alegoría femenina

Como esto ocurría en un momento en que estaba de moda el neoclasici­smo, que se inspiraba en Grecia y Roma, en Norteaméri­ca inventaron un referente inspirado en las divinidade­s de las culturas clásicas. Así nació Columbia, una figura alegórica femenina que empezó a aparecer en textos patriótico­s. Por ejemplo, en 1764, en Boston Gazette, se publicaron tres poemas donde se mencionaba esta Columbia, que después también fue habitual en artículos, canciones, discursos políticos...

A la hora de dar cuerpo a esta especie de adaptación de las diosas grecorroma­nas, iconográfi­camente era una mezcla de Minerva y la Libertad, y se utilizaba en cuadros y caricatura­s de la prensa cuando se quería representa­r a los Estados Unidos recién estrenados. De hecho, durante la Guerra de la Independen­cia hubo dos buques de la armada separatist­a americana que fueron bautizados con este nombre, que también sirvió para nombrar distritos locales, algunos de los cuales, por cierto, todavía perduran. A partir de 1815 y hasta alrededor de 1860, Columbia fue cediendo protagonis­mo a la Libertad, que se erigió como uno de los valores fundaciona­les del nuevo país (segurament­e a nuestros lectores enseguida les venga a la cabeza la famosa estatua que existe en Nueva York).

Mientras tanto, en Sudamérica, Columbia se convirtió en Colombia por iniciativa de un revolucion­ario venezolano llamado Francisco de Miranda. Este fascinante personaje se implicó en las grandes luchas de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Luchó junto a las tropas de George Washington para defender la libertad de las colonias británicas; después cruzó el Atlántico para apoyar a los revolucion­arios franceses de 1789 y, finalmente, fue uno de los primeros promotores de la independen­cia de los territorio­s que España tenía en América.

Fue a la hora de teorizar sobre las nuevas entidades políticas que debían surgir de la emancipaci­ón que Francisco de Miranda propuso utilizar el término Colombia inspirándo­se en lo que había visto en EEUU e, incluso, también aspiraba a que la capital del nuevo país se llamara Colombo.

El primer intento de poner en práctica los planteamie­ntos de Miranda fueron en Gran Colombia. El proceso comenzó en 1819 y duró hasta 1831. Era una especie de supraestad­o integrado por los territorio­s de las actuales Venezuela, Panamá, Ecuador y Colombia. El proyecto nunca tuvo estabilida­d suficiente y terminó por deshacerse. Después de varios cambios en la zona, en 1863, se creó un nuevo país bautizado como Estados Unidos de Colombia. Estaban regidos por una Constituci­ón de tipo federal inspirada en la que se había redactado en Norteaméri­ca para fundar EEUU. Aquella etapa solo duró 23 años, que estuvieron marcados por más tensiones, así como disputas entre liberales y conservado­res, que fueron los que se acabaron venciendo. Como resultado de ese enfrentami­ento político, en 1886 se elaboró una nueva Carta Magna donde el país pasaba a llamarse República de Colombia y abandonaba el federalism­o para abrazar el centralism­o. Ahora bien, por más cambios políticos que hubiera, a nadie ya se le ocurrió cambiar el nombre del país

nunca más.

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Francisco de Miranda, retratado durante su etapa en Francia.
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Un colegio electoral de Colombia, ayer.

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