El Periódico Extremadura

Ecos colonialis­tas del plan del Reino Unido de deportacio­nes a Ruanda

El acuerdo refuerza la tendencia de los países ricos de trasladar sus obligacion­es al sur global Londres penaliza más a los llegados por mar, lo que perjudica a los migrantes de África, Irán y Vietnam

- RICARDO MIR DE FRANCIA

Días antes de la salida prevista del primer avión hacia Ruanda, sus renuentes pasajeros dejaron de comer. Internos del centro de detención de inmigrante­s de Colnbrook, pegado al aeropuerto londinense de Heathrow, se declararon en huelga de hambre para protestar contra las intencione­s del Gobierno británico de deportar al país africano a los solicitant­es de asilo llegados hasta el Reino Unido de forma irregular.

«No veo ningún motivo por el que debería ser trasladado a un país en África donde no tengo parientes ni familia», le dijo a Al Jazeera un sirio de 20 años que escapó de su país tras negarse a alistarse en el Ejército de Bashar al Asad, el carnicero de Damasco. «Me negaré a ir, pero si el Gobierno británico insiste en mi deportació­n a Kigali y me fuerza a subir al avión, me quitaré la vida», advirtió desesperad­o tras haber sido incluido en el pasaje.

Aquel vuelo nunca llegó a despegar. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos –un órgano adscrito al Consejo de Europa, al que sigue pertenecie­ndo el Reino Unido– lo evitó a última hora con una medida cautelar que sirvió para dejar temporalme­nte en tierra a los siete solicitant­es de asilo incluidos en el pasaje.

La mayoría, originario­s de Oriente Próximo y África. «No es una decisión final. El tribunal no dijo que el modelo sea ilegal o que no puedan ser enviados a un tercer país. Lo que dijo es que, en el caso concreto de uno de ellos, no podrá ser transferid­o hasta que su recurso haya agotado la vía de la justicia británica», asegura a este diario Nikolas Tan, experto en Derecho migratorio del Danish Institute for Human Rights.

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PACTO PARA CINCO AÑOS Londres no ha dado su brazo a torcer. En abril firmó un acuerdo con Ruanda para externaliz­ar parte de su gestión fronteriza, una tendencia al alza entre los países ricos. Concretame­nte, la tramitació­n de las solicitude­s de asilo de aquellos que llegaron a las islas con la intención de obtener el estatus de refugiado. A cambio de un pago inicial de 120 millones de libras,

Kigali se encargará de acoger a los deportados, tramitar sus solicitude­s y darles cobijo en caso de aprobar su protección como refugiados. El acuerdo, vigente para los próximos cinco años, no especifica cuántos podrían ser forzosamen­te transferid­os hasta Ruanda, aunque el primer ministro británico, Boris Johnson, ha dicho que podrían ser «decenas de miles de personas en los próximos años».

Como era de esperar, el controvert­ido plan ha despertado una oleada de críticas dentro y fuera del Reino Unido. Tanto por las dudas que existen en torno a su legalidad como por las cuestiones éticas que plantea el traslado de personas que huyen de la persecució­n y la guerra a un país a 6.500 kilómetros de distancia, con escasas garantías democrátic­as y frecuentes violacione­s de los derechos humanos.

Si bien la intención confesa de Downing Street pasa por disuadir la migración irregular, el plan re

cuerda a las viejas prácticas coloniales. «Aquí hay un enorme desequilib­rio de poder. Básicament­e, los países ricos están externaliz­ando sus obligacion­es a los países del sur global», afirma el profesor de Derecho humanitari­o de la Universida­d de Londres (SOAS) Lutz Oette. «Esto es parte de una larga historia de colonialis­mo, desigualda­des económicas y desequilib­rios de poder. No debería permitirse que los países ricos se desprendan de sus obligacion­es a golpe de talonario», afirma.

Pero es eso lo que están haciendo cada vez más. Ya sea al exportar residuos tóxicos o basura a Asia o África para que sea allí sea «reciclada» o enviando migrantes y solicitant­es de asilo a terceros países. El objetivo último es el mismo, pero las fórmulas varían. Estados Unidos fue el primero en extraterri­torializar sus servicios al internar a miles de haitianos y cubanos en la base militar de Guantánamo (Cuba) en los años 90. Le siguió Australia con la deportació­n y detención en Nauru y Papua Nueva Guinea de los migrantes ilegales y solicitant­es de asilo que llegaban a sus costas. Más tarde llegó el acuerdo de la Unión Europea (UE) con Turquía para que Ankara acoja a los inmigrante­s llegados irregularm­ente a las islas griegas o el de Italia con Libia para detener a quienes tratan de llegar a sus costas por el Mediterrán­eo. También Israel ha ensayado con la fórmula al enviar refugiados africanos a Uganda y Ruanda.

Muchos de estos programas han dado pie a toda clase de abusos y atropellos de los derechos consignado­s en la Convención sobre el Estatuto del Refugiado de la ONU (1951) o el Convenio Europeo de Derechos Humanos (1953), pero de momento no han servido para frenar las políticas de externaliz­ación. «Estos países juegan con las zonas grises de la ley. El asilo es un derecho, pero la ley internacio­nal no da derecho a elegir en qué país se solicita», afirma el profesor Tan. Y aunque el Reino Unido se ha comprometi­do a hacer una primera evaluación en su territorio de cada individuo para determinar quién puede ser enviado a Ruanda, los riesgos abundan, según consideran los expertos.

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ABUSOS O TORTURAS La legislació­n impide la discrimina­ción por motivos de raza, religión o país de origen, pero lo cierto, según el profesor Oette, es que «las políticas británicas tienden a penalizar a aquellos que llegan al país por vía marítima frente a otros métodos, lo que afecta sobre todo a aquellas nacionalid­ades con más dificultad­es para obtener visados, como Afganistán, Irán, Vietnam y varios países africanos». Otro asunto peliagudo es el principio que prohíbe enviar a los refugiados a países donde puedan ser víctimas de abuso o tortura. Y aunque Londres sostiene que Ruanda es un país seguro que acoge actualment­e a más de 120.000 refugiados de diversos orígenes, las organizaci­ones de derechos humanos tienen muchas dudas.

«El plan del Reino Unido es objeto de un acalorado debate, pero probableme­nte es ilegal bajo el derecho internacio­nal. Ese es el consenso entre los expertos», asegura el profesor Oette.

«Estos países juegan con las zonas grises de la ley, que no da derecho a elegir el destino», dice un especialis­ta

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DAN KITWOOD / REUTERS Johnson asiste a una clase en la escuela GS Kacyiru II, en Kigali, el pasado jueves.

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