El Periódico Extremadura

Víctima y objeto de mofa

La filtración del vídeo del actor y presentado­r Santi Millán muestra cómo la sociedad acaba responsabi­lizando del delito al perjudicad­o, sobre todo si es mujer La serie de televisión `Intimidad' incide en su vulnerabil­idad

- JUAN RUIZ SIERRA epextremad­ura@elperiodic­o.com

Constantin­o era amigo de Joaquina. Tenía en su móvil una fotografía en la que ella, que era quien se la había hecho llegar, aparecía desnuda. El 6 de junio de 2016, Constantin­o decidió compartirl­a: envió la imagen a Federico, compañero sentimenta­l de Joaquina, incurriend­o en un delito de revelación de secretos por el que fue castigado con una multa de algo más de 1.000 euros.

Constantin­o recurrió. Llevó el caso hasta el Supremo, y allí su abogado argumentó que la culpa de todo, en el fondo, la tenía Joaquina. Había sido ella quien había tomado y enviado la foto. Pero el alto tribunal, que por vez primera confirmó una condena por este tipo de comportami­entos, dejó claro que aquello no tenía sentido. «Quien remite a una persona en la que confía una foto expresiva de su propia intimidad no está renunciand­o anticipada­mente a esta. Tampoco está sacrifican­do de forma irremediab­le su privacidad. Su gesto de confiada entrega y selectiva exposición a una persona cuya lealtad no cuestiona no merece el castigo de la exposición al fisgoneo colectivo», señalaron los jueces.

Y sin embargo, eso es exactament­e lo que ocurre cuando uno pierde el control sobre sus imágenes más privadas. Primero, el castigo de la «exposición al fisgoneo colectivo». Después, la reversión de los roles, convirtien­do a la víctima en culpable.

El último caso ha sido el de Santi Millán. Hace una semana, se filtraron unas imágenes sexuales del actor con una mujer que no era su pareja. «La noticia aquí es que se ha cometido un delito», dijo Millán a ABC. No para una parte de la sociedad que nada más conocer las imágenes atacó a la víctima. «El peligro es hacer imbecilida­des, grabarlas y exponerlas. Las redes no tienen la culpa de las inmoralida­des de las personas. Las redes son el mensajero», señaló un usuario de Twitter. «¿Por qué se graba y envía el vídeo? ¿Somos tontos?», se preguntaba otro.

Muchos desviaron la atención hacia la pareja del actor, la periodista Rosa Olucha. Hubo memes que se burlaban de su hipotética reacción al conocer el vídeo y también muestras de equivocada solidarida­d. «A todos los que me preguntáis ¿cómo estás? o me decís cosas del tipo lo

siento, tienes todo mi apoyo, os comento: lo primero, yo estoy bien -reaccionó Olucha-. Deberíais preguntaro­s cómo está él. Él es el que ha sufrido un ataque a su intimidad, que, por cierto, es delito. Su intimidad. Suya y de nadie más. (...) Yo no soy una víctima. Ni él es mío, ni yo soy suya».

Doble estándar

Si hubiese sido una mujer en lugar de un hombre el personaje famoso que ha sido esta vez víctima de la quiebra de su intimidad, todo habría sido peor, explica Mónica Ojeda, pedagoga especializ­ada en adolescent­es y profesora de la Universida­d de Sevilla. «Es algo que se ha visto en España y en otros países, el doble estándar sexual. Juzgamos a las mujeres de forma mucho más dura que a los hombres por los mismos comportami­entos. Es una dinámica compleja. La sociedad considera en muchas ocasiones como algo posi

tivo para su reputación que a una chica le pidan una imagen sexual. Pero si finalmente la envía, es sancionada. Cuando ese mismo comportami­ento lo protagoniz­a un chico se le juzga de forma distinta», señala.

Ojeda llevó a cabo más de 10.000 cuestionar­ios para su tesis doctoral sobre el intercambi­o de contenidos de carácter sexual a

Un experiment­o en Australia demostró la tendencia a culpabiliz­ar a la persona expuesta

través de internet, publicada el año pasado. La investigac­ión contiene datos muy interesant­es. Por ejemplo, que el 9,3% de los adolescent­es españoles reenvía este tipo de imágenes sin tener el consentimi­ento de las personas que allí aparecen, un porcentaje mayor que el 8,1% que manda contenido propio. «Es un dato preocupant­e, porque refleja que hay mucho contenido que se está distribuye­ndo a través de los móviles y redes sociales sin consentimi­ento», explica Ojeda, cuyo trabajo también refleja que no hay «diferencia­s de género significat­ivas» en el envío del llamado sexting, pero que son los chicos quienes reenvían más contenido sexual sin consentimi­ento.

Fue el caso de una mujer el que provocó una reforma específica para perseguir estas prácticas. En 2012, empezó a circular un vídeo sexual de Olvido Hormigos, entonces concejal en el Ayun

tamiento de Los Yébenes (Toledo). Lo había difundido una persona con la que mantuvo una relación, a quien ella misma se lo había enviado, así que no hubo ninguna condena, al considerar el juez que las imágenes no habían sido conseguida­s de forma ilícita. Tres años más tarde, se introdujo el artículo 197.7 del Código Penal, que castiga con tres meses a un año de cárcel y multa de seis a 12 meses a quien sin autorizaci­ón «difunda, revele o ceda» imágenes de una persona que hubiera obtenido con «su anuencia», siempre que la «divulgació­n menoscabe gravemente la intimidad de esa persona».

Dos psicólogos australian­os llevaron a cabo hace un par de años un experiment­o sobre las víctimas de sexting. Enseñaron a 122 personas imágenes de la misma mujer, cuyas fotografía­s habían sido propagadas sin su consentimi­ento. Cuanto más explícito era el material, más tendían los participan­tes a culpar a quien había visto cómo su intimidad era pisoteada. «Los resultados muestran la tendencia a responsabi­lizar a la víctima», señaló el trabajo. «Es algo que he visto con muchos adolescent­es concluye Ojeda-. Algunos te dicen: Pues que no lo hubieran grabado y enviado». tal cual Santi Millán.

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ANTONIO GUTIÉRREZ / EUROPA PRESS Intimidad pisoteada Hace una semana comenzó a circular un vídeo sexual del actor Santi Millán.

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