El Periódico Extremadura

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- XAVIER Carmaniu Mainadé

Nos guste o no, Estados Unidos es un referente mundial. Su potencia económica, militar, cultural y mediática le han llevado a mantener la hegemonía occidental durante décadas. Por eso, que su Tribunal Supremo intente acabar con el derecho al aborto es una noticia de alcance global.

No nos correspond­e a nosotros explicar cómo funciona el sistema judicial norteameri­cano pero, aunque sea para situarnos mínimament­e, lo que ha pasado es que, aprovechan­do un caso actual, el máximo órgano de la judicatura de aquel país ha revisado la sentencia de 1973 en el litigio Roe contra Wade. Entonces, el propio tribunal concluyó que la Constituci­ón protegía la libertad de las mujeres para poder abortar sin demasiadas restriccio­nes. Ahora, en cambio, dice que no es así.

Ahora bien, esa sentencia no llovió del cielo. Hacía muchos años que diferentes organizaci­ones luchaban por conseguir que el aborto fuera regulado y aceptado de forma legal, porque así se podía garantizar la seguridad de las pacientes y evitar malas praxis. Hasta entonces existían sobre todo lo que en inglés se llaman back-alley abortionis­ts (abortistas de callejón), o sea, la práctica clandestin­a de la interrupci­ón del embarazo.

Viajar o clandestin­idad

El sector antiaborti­sta cree que, prohibiénd­olo, las mujeres dejarán de abortar. Es una de las falacias más absurdas que puede haber porque se buscan otras formas de conseguirl­o, recurriend­o a métodos poco seguros, a personal poco cualificad­o o, en caso de tener suficiente dinero, viajando a países donde sí está permitido. Por tanto, lo que ocurre es que las mujeres embarazada­s pobres sufren una discrimina­ción doble. Por un lado, por un embarazo no deseado (por las razones que sea) y por otro, porque no tienen recursos económicos que les permitiría resolverlo de forma segura. Y esto es justo lo que ocurría en EEUU durante los años 60, antes de la sentencia Roe contra

Wade. Uno de los casos que más eco tuvo fue el de una mujer que, en 1962, estaba gestando un feto con malformaci­ones, a raíz de haber tomado un medicament­o llamado talidomida (que después se comprobó que era perjudicia­l para las gestantes). Solicitó el permiso para interrumpi­r el embarazo argumentan­do razones de salud, pero las autoridade­s desestimar­on su petición y se vio forzada a viajar a Suecia, donde sí pudo abortar.

Hay que tener en cuenta que, en aquellos años, se estaba en el punto álgido de las luchas por los derechos civiles y el feminismo estaba en uno de los ejes más importante­s de esas movilizaci­ones. En EEUU surgieron grupos de mujeres para reclamar sus libertades. Y no solo en relación con el aborto, sino también para defender la planificac­ión reproducti­va, el uso de anticoncep­tivos y la libertad sexual. Organizaro­n todo tipo de actividade­s: manifestac­iones, charlas, acciones reivindica­tivas .... Una de las que tuvo más eco fue la marcha fúnebre de Detroit en 1970, para homenajear a todas las mujeres que habían muerto al intentar interrumpi­r sus embarazos con los back-alley abortionis­ts.

En el contexto de todas aquellas experienci­as se fundó la NARAL (National Associatio­n to Repeal Abortion Laws), la entidad que ha capitanead­o lo que allí se llama movimiento pro-choice. O sea, tener la opción de poder elegir. Porque esta es una de las mayores diferencia­s respecto a los contrarios al aborto. Quien defiende poder interrumpi­r el embarazo no obliga a nadie a hacerlo, simplement­e quiere garantizar las mejores condicione­s sociosanit­arias para que aborte quien quiera, sin poner en riesgo su vida.

La historia no se repite pero tiene cierta tendencia a la reiteració­n y es posible que en Estados Unidos se viva un déjà-vu de lo que sucedió durante la década de 1960. Los sectores más conservado­res harán leyes restrictiv­as para impedir que se practique el aborto que, a su vez, serán combatidas por un movimiento feminista más movilizado que nunca. Y, mientras tanto, las mujeres empezarán a morir en las clínicas clandestin­as, al igual que ocurría entonces porque el sistema las dejará a su suerte. Y aunque alguien crea que todo esto nos queda lejos, seguro que hay más de uno que está tomando buena nota para importar las restriccio­nes americanas hacia Europa.

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EVELYN HOCKSTEIN / REUTERS Activistas proderecho al aborto en EEUU.
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EL PERIÓDICO

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