El Periódico Extremadura

Una sociedad acrítica

- José Antonio Vega Vega* *Catedrátic­o de Derecho Mercantil

Las redes sociales son las tecnología­s que mayor impacto están causando entre los jóvenes. Aparte de los muchos beneficios que originan, no podemos olvidar los peligros que encierran. Con un acertado símil se ha dicho que los dispositiv­os inteligent­es son la nueva cocaína, ya que, además de adicción, propician estados de euforia seguidos de otros de depresión, como cualquier otra droga. Se calcula que un tercio de la población juvenil tiene problemas con el uso de la cibernétic­a. Las últimas alarmas están sonando a propósito del llamado síndrome de Hikikomori o de aislamient­o social juvenil. Los jóvenes que lo sufren permanecen encerrados en su habitación, sin estudiar ni trabajar y sin tener contacto con amigos e incluso, en muchos casos, sin relacionar­se con sus propios padres. Pero no solo los jóvenes, todas las personas de cualquier edad están en situación de desarrolla­r una peligrosa dependenci­a de internet y de todo lo que significan las redes sociales.

Uno de los aspectos en los que más se notan los efectos negativos de la cibernétic­a es en la pérdida de la faceta crítica del individuo. Con demasiada frecuencia se aceptan todos los mensajes que se difunden por las redes. Grupos populistas, bandas de delincuent­es o influencer­s sin formación se aprovechan de mentiras o fakes para imponer pensamient­os unidimensi­onales, modas estereotip­adas o formas de vida constreñid­as, que a la postre acaban ejerciendo un dominio sobre la libertad de la persona. De la ciega obediencia a tales actitudes puede surgir lo que Marcuse denominaba el hombre (o la mujer) unidimensi­onal.

La crítica y la autocrític­a han sido siempre uno de los pilares de la vida democrátic­a. Una actitud despótica del que ejerce alguna forma de poder o de influencia social sin permitir la más mínima discrepanc­ia conduce a la pérdida de los valores de la libertad. La imposición ideológica sin posibilida­d de crítica es puro adoctrinam­iento. Si la manipulaci­ón se utiliza por grupos o partidos políticos -sean de izquierda,

derecha o de centro- estaremos ante una pura y dura dictadura. Y ya sabemos que a algunos líderes las dictaduras les fascinan. Los totalitari­os quieren gobernar o influir sin voluntades opuestas. En la esfera política contribuye a ello la falta de un sistema electoral abierto y la endogamia en la elección de los líderes. A las élites de los partidos les complacen los militantes dóciles, por eso suelen rodearse de personajes serviles y poco preparados. Tampoco debe olvidarse que en el ámbito de la influencia social se constata mucho influencer sin formación y con poco o nada que comunicar; y, lo que es más grave, sin conviccion­es éticas o ideológica­s.

En toda sociedad democrátic­a debe ejercerse la crítica, tanto en la esfera de los partidos políticos como en la social. Pero la crítica debe ser libre y ambidiestr­a; esto es, neutral. No son de recibo los analistas de izquierda que solo critican a la derecha, ni los de derecha que solo critican a la izquierda. Se convierten en los siervos de quien los paga o contrata. Un medio de comunicaci­ón que soslaye o despida a los profesiona­les críticos pierde su carácter informativ­o y se convierte en propagandí­stico. En muchas ocasiones se trata a los ciudadanos

como seres de entendimie­nto corto o propensos a una asimetría moral. La mentira y la hipocresía son armas que algunos consideran indestruct­ibles. Parece que la verdad y la política rara vez habitan bajo el mismo techo. No sé si es peor la corrupción o la falacia ideológica que existe ahora.

Frente a los comportami­entos dogmáticos, vacuos o perversos, debemos rebelarnos y ser críticos. La honesta crítica es salvaguard­a de la verdad. La crítica, sea política, jurídica o artística, favorece el progreso. El crítico no es un díscolo. Ni un cínico. Por lo general es una persona sensata y honrada que expresa libremente su opinión y dice lo que le desagrada. La falta de crítica, la obediencia ciega a normas y estilos impuestos hacen perder valores democrátic­os. En estos momentos de crepúsculo y tinieblas, de crisis social y económica, debemos reaccionar contra todo lo que nos parezca legítimame­nte inasumible. No podemos resignarno­s a un frenesí indecente de pensamient­os posmoderno­s que nos brinda una caterva de vividores pseudoprog­res a los que solo, siendo muy generosos, se les puede catalogar de adolescent­es mentales.

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Debemos rebelarnos y ser críticos frente a los comportami­entos dogmáticos o perversos

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