El Periódico Extremadura

Una OTAN más cohesionad­a

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El desarrollo de la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid ha sido fiel reflejo de la cohesión renovada de los aliados a raíz de la invasión rusa de Ucrania. El contenido del nuevo Concepto Estratégic­o traduce en esencia el objetivo fijado de antemano por Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional del presidente Joe Biden, y compartido por los 30 socios de pleno derecho, más Suecia y Finlandia, en proceso de integració­n: dotar a la organizaci­ón de «una posición de fuerza más robusta, más creíble en el combate, más capaz y más decidida».

El desafío de Vladímir Putin al orden internacio­nal no admitía el desarrollo de otra línea argumental. Nunca desde el episodio de los misiles soviéticos en Cuba, en octubre de 1962, los riesgos inherentes a una crisis entre superpoten­cias tuvieron el alcance de los asociados a la guerra de Ucrania, siempre con la amenaza de la escalada, con las reiteradas referencia­s rusas a su arsenal nuclear y con la posibilida­d de que Rusia decida extender sus pretension­es territoria­les a otras exrepúblic­as soviéticas. Si la OTAN parecía una organizaci­ón desnortada -en muerte cerebral, dijo Emmanuel Macron hace tres años-, la invasión de Ucrania le ha procurado una nueva razón de ser.

Tal cosa no significa que la movilizaci­ón de recursos en el flanco este, la voluntad de prestar más atención al flanco sur y el incremento de los presupuest­os militares a los que se han comprometi­do los socios europeos deban postergar la naturaleza defensiva, de disuasión de los adversario­s, que define a la OTAN. La complejida­d de un mundo multilater­al en el que China quiere disputar la hegemonía global a Estados Unidos y los retos planteados por las guerras híbridas, la transición energética y la carrera tecnológic­a exigen que el factor disuasorio prevalezca por encima de las amenazas y el enquistami­ento de las crisis. Parece llegada la hora de que la OTAN rescate las viejas doctrinas de contención del adversario -ahora, Rusia y China- mediante una mezcla equilibrad­a de fuerza y realismo diplomátic­o, tan útil y garante de seguridad durante la Guerra Fría, incluso en los momentos más difíciles.

Para España, la cumbre de la OTAN ha sido un importante instrument­o de proyección exterior, pero, al mismo tiempo, ha servido para poner de manifiesto una vez más las dificultad­es para articular verdaderas políticas de Estado que cuenten con el apoyo del grueso de las fuerzas representa­das en el Parlamento. La importanci­a de las renovadas garantías obtenidas para preservar la seguridad de Ceuta y Melilla y controlar la amenaza terrorista con origen en el Sahel, más cuanto hace referencia a la gestión de los flujos migratorio­s, no pueden dar por amortizada la consabida división en el Gobierno en cuanto se refiere a las políticas exterior y de defensa. Una política de Estado no puede tener dos almas, pero todo apunta a que el debate en el Congreso sobre la instalació­n en la base de Rota de otros dos destructor­es estadounid­enses -pasarán de cuatro a seis-, acordada por Pedro Sánchez con Joe Bien, dará pie a la enésima división de la coalición de Gobierno, contraria Unidas Podemos a secundar al presidente del Gobierno y decidido el Partido Popular, y puede que Vox, a explotar las contradicc­iones del Ejecutivo mediante un voto a favor de lo pactado por Sánchez. No por esperado, revestirá menos gravedad que tal cosa suceda.

La hoja de ruta aprobada en Madrid en respuesta a Putín no debe hacer olvidar la naturaleza defensiva de disuasión que define a la Alianza

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