Los dos estandartes
Como cada año, estuve de vigilante en la EBAU, trabajo pesado donde los haya, pero que aparte de la modesta remuneración suplementaria, sirve para tener un panorama de la evolución de los intereses juveniles. Como cada año, me apenó ver qué poquísimos estudiantes se examinaron de francés, aunque muchos lo hayan estudiado como segunda lengua extranjera. Recuerdo que cuando, en 2008, llegué como lector de español a Brno, el director del Departamento de Romanística (que siempre era un profesor de francés, no de español o italiano), el entrañable Petr Kylousek, se alegró al saber que hablaba la lengua de Molière: «Ah, vous parlez français, comme tous les gens intélligents!», cumplido halagador y a la vez injusto, pues lo dijo delante de otro profesor español, que no hablaba francés, pero sí checo, len- gua mucho más difícil.
Desde hace ya muchos años, en España la gente está obsesionada con el inglés, sin darse cuenta de que aprender otra lengua además del inglés, no perjudica, sino lo contrario: mientras más lenguas se dominan, más fácil será la siguiente. Pero sobre todo, el francés es una lengua que abre las puertas a una de las literaturas más ricas de todas. No en vano París, durante tres siglos, fue la capital de la cultura, y quien tuvo, retuvo. Así además uno no ha de depender de traductores y caprichos editoriales, como experimenté hace poco, al leer Les deux étendards, de Lucien Rebatet (1903 – 1972).
La recomendación venía de mi amigo Jean-Louis Kuffer, escritor suizo del cual no hay casi nada traducido al castellano. Tampoco lo hay de Rebatet, salvo su Historia de la música. Las razones son extraliterarias: durante la Ocupación alemana de Francia, Rebatet publicó un polémico panfleto, Les Décombres, donde hacía la apología de la colaboración con la Alemania nazi. Detenido en mayo de 1945, Rebatet fue condenado a muerte, pero indultado poco después, aunque condenado a prisión durante siete años, que aprovechó para escribir Los dos estandartes. Como a Cervantes, el cautiverio le dio a Rebatet tiempo y distancia para escribir las mil páginas de su obra maestra, donde deja de lado la política que quebró su vida.
Hoy día las editoriales buscan no la obra, sino el autor, que pueda entregar un original, a ser posible poco original, cada par de años. Por mi parte, sigo creyendo que una sola obra magnífica justifica el nombre de un escritor, y que en literatura, lo que suma solo cuantitativamente, resta cualitativamente. Quizás esa sea la razón de que no se haya traducido esta novela al español, mientras se traducen todas las del «nobelado» Patrick Modiano, que nos dibuja una Francia ocupada de cartón piedra, y sea desconocida la obra maestra de Rebatet, cuyo argumento se resume rápido: los dos estandartes son los que describía Ignacio de Loyola, uno el del bando de Dios y otro el del bando del diablo, pues la novela se articula por la contraposición entre dos amigos y rivales, Michel, con vocación de escritor, y Régis, con vocación religiosa, que le cuenta de su amor por Anne-Marie, a la que ha convencido para sacrificar el amor entre ambos y hacerse monja, y de la cual Michel cae rendidamente enamorado.
La novela, que se desarrolla en un Lyon detestado por los amigos veinteañeros que adoran París, cautiva por la sutileza con la que se describen los sentimientos de estos tres personajes, tan apasionados y auténticos que se salen de la página. Sobre todo el retrato de Michel Croz, su largo camino hacia el corazón de Anne-Marie, no tiene nada que envidiar a las mejores páginas de Proust, aunque uno se pregunta si, en esta época de tinder y grindr, donde la elección de pareja se parece cada vez más a la de un producto, habrá personas a las que esos sentimientos no suenen a chino mandarino.
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Me apena ver qué pocos estudiantes se examinan de francés en la EBAU, aunque muchos lo hayan estudiado como 2ª lengua