Julio César, dragcuineado y transmutado
«No te avergüences / Tengo poderes / Hago lo que quiero, carajo / Hago la ley / Me pone mi trabajo», canta Nathy Peluso definiendo a César. A estas alturas, si han estado pendientes de las informaciones sobre el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, sabrán que la propuesta del director argentino José María Muscari consiste en que los personajes masculinos los interpreten mujeres y viceversa. ¿Saben qué? No se nota, porque el teatro lo admite todo. También usar la estética camp: el vestuario lo han diseñado Camila Milessi y Emiliano Blanco para Kostüme, una de las marcas punteras de Argentina, muy rompedor, con mucho brillo. Y la música de CNCO y Peluso, el trap y pantallas que nos muestran a los actores y la grandeza de César.
A priori, tiene todos los ingredientes para causar rechazo entre todas las personas que quieren ver un puro Shakespeare con sus túnicas y sus versos yámbicos en traducción de Ángel Luis Pujante con verso libre pero todo el ritmo. Y, sin embargo, luego escuchas: «Al fin despertás, ingenio. Él se pasea como un coloso por este flaco mundo de mierda y los ínfimos hombres, como vos y yo, caminamos bajo sus grandes piernas hacia la muerte, augurando una tumba sin gloria». O: «El honor es el tema de mis palabras. En cuanto a mí, no me da lo mismo vivir que hacerlo reverenciando a quien no es más que yo. A un igual a mí. Yo nací tan libre como Julio César. Como vos. Ambos fuimos tan bien alimentados como él: ambos comimos papas, batatas, fideos chinos. Podemos soportar el frío del invierno sin losa radiante. Además, fuimos activistas en el mismo partido en los 70, cuando yo apenas comenzaba... ¿y este boludo se volvió ahora un dios? ¿Y yo una pobre criatura en el Senado que dobla su cuerpo y apenas el desagradecido me dirige un saludo descuidado?».
Sin embargo, decías, luego escuchas y piensas: es Shakespeare. Es Shakespeare salpicado de palabras como boludo y orto y losa y celular y dicen vos en vez de tú y sho y suenan las canciones y hablan de redes sociales y estás allí arriba, mirando la escena, escuchando a los actores charlar con el director (»¿Podría entrar desde el
centro?» «Claro, entrá desde allá»), ese director que les escucha y toma en cuenta sus opiniones y ves a Moria Casán, a Alejandra Radano (con ese Bruto de pelo rojo), a Malena Sola, Marita Ballesteros, Mario Alarcón haciendo de Calfurnia (con efe, no con pe) y piensas: «Esta sí me va a gustar».
Mario Alarcón dijo: «Lo que más me interesó de esta propuesta es que yo considero que, para muchos, el poder es una adicción. Y también lo que más me interesó fue que la mayoría de las mujeres de los poderosos suelen ser las sombras grises, que están atrás y así como se ocupan de la cosa doméstica, también inciden en las decisiones políticas del hombre. Me atrae el tema del poder como adicción. La diversidad de géneros no me preocupó: el intercambio
de roles no me preocupó, porque la dicción pertenece a los dos sexos».
Mariano Torre, que hace de Porcia, explicó: «Los hombres íbamos a hacer de mujeres y con el paso de los ensayos nos fuimos dando cuenta de que lo más interesante para interpelarnos a nosotros no era que nosotros hagamos de mujeres, sino que nosotros, los hombres, como hombres, nos pongamos en el lugar de las mujeres. Y entonces se da una situación muy interesante que deja pensando qué es realmente ponernos en el lugar de vulnerabilidad que tiene el género femenino».
A Moria Casán la llaman «la One» en su país. Es mito LGBTIAQ+, diva, presentadora, no hay talk show que se precie que
no cuente con ella, también la apodan «la lengua karateca» y mantener una conversación con ella es maravilloso porque su discurso es una mezcla de barrio y alta cultura y porque es una «gozadora serial» y porque no sacraliza nada. Ni a Shakespeare. Ni a Lorca. Ni a Brecht. A nadie. Ella llega, trabaja, habita a Julio César, lo dragcuinea (es decir, lo convierte en una drag queen), lo braguetea y se lo monta.
Y está Payuca también, Payuca que llegó a Buenos Aires desde un pueblo del interior, Pergamino, donde su identidad de género no podía siquiera pensarse; con padre sodero (que reparte sifones de soda a domicilio) y madre portera de escuela, que salió en prime time con la serie `Pequeña victoria' (la primera en mostrar a una mujer trans en la mejor franja horaria), tras muchas, muchas vicisitudes: la misma persona estaba detrás de un mostrador de Avellaneda vendiendo hamburguesas y ganando el premio ACE por su actuación en el Teatro San Martín. Luego volvió a Pergamino como madrina de las fiestas del Orgullo. Ahora es Tiberio.
Lo trans, lo drag, la trasmutación de los sexos, el ponerse en el otro lugar, el lugar periférico o central, hablar de uno mismo con otras terminaciones y sin afectación: no son hombres imitando a mujeres con voz atiplada. Son Calfurnia y Porcia, lo mismo que las demás son Julio César, Bruto, Casio, Kasca (otra transgresión), Lucio, Octavio y Marco Antonio.
Porque el teatro lo puede todo.H