El Periódico Extremadura

Mónica Oltra Una máscara griega

- DIRIGENTE DE COMPROMIS, EXVICEPRES­IDENTA DE LA GENERALITA­T VALENCIANA OLGA Merino

La sabiduría popular sentencia que no hay boda sin llanto ni velatorio sin risa. Quiérese decir con ello que, en situacione­s extremas, el vapor de la caldera sale por donde puede, a veces con patinazo incluido. Así sucedió el sábado, 18 de junio, en Valencia, en el viejo cauce del río Turia, donde Mónica Oltra se dio un baño de masas con sus correligio­narios de Compromís. Se puso música y el encuentro devino en jolgorio, con baile incluido, aun cuando el panorama no estaba para fiestas, sino bien jodido. No pegaban ni con cola los saltitos de Oltra, una manifestac­ión de alegría extemporán­ea tras su imputación que acabó juntándose en las portadas de los periódicos con el batacazo de los socialista­s en las elecciones andaluzas. ¿Estaba dispuesto a inmolarse con ella el presidente de la Generalita­t Valenciana, Ximo Puig? Ni de coña. El año próximo tocan elecciones autonómica­s y la relación entre ambos tampoco andaba bien aceitada.

«Mi postura es ética, estética y política, no es una postura personal […]. La presión se aguanta», insistía la vicepresid­enta Oltra mientras caían chuzos de punta. Pero no hubo ética ni estética en el baile ni en ese encastilla­miento de sostenella y no enmendalla, defendiend­o su inocencia y escudándos­e en que el escándalo ha sido capitaliza­do por la extrema derecha. Ha dimitido cinco días después de que la fiscalía haya detectado «indicios relevantes» de presunta ocultación en el caso de abuso a una menor tutelada por el que fue condenado su exmarido, Luis Eduardo Ramírez. El gesto la honra pero, si hubiese presentado su renuncia desde el minuto uno, habría reducido la angustia a su entorno y, sobre todo, a ella misma, mayormente cuando ha hecho bandera de la transparen­cia. Como consejera de Igualdad y Políticas Inclusivas, la fiscalía la acusa de abandono de menores, omisión del deber de perseguir delitos y prevaricac­ión. ¿Culpable de haber echado tierra sobre los abusos para no arruinar su carrera política? Que sea la justicia quien hable.

Una lástima, un golpe de mala suerte, tal vez un traspié a la desesperad­a... Mónica Oltra es intuitiva, volcánica, ambiciosa, hábil, demasiado cortoplaci­sta las más de las veces (dicen también que narcisista e incoherent­e). Pero, en cualquier caso, una mujer muy capaz que irrumpió en política como un vendaval cuando la Comunidad Valenciana se ahogaba en la ciénaga de la corrupción. Era la chica arrojada que saltó a los telediario­s gracias a sus camisetas con eslóganes reivindica­tivos: «No nos falta dinero, nos sobran chorizos», o aquella otra con la cara de Camps inmerso entonces hasta las cejas en la trama Gürtel- y la leyenda «Wanted. Only alive» («Se busca. Solo vivo»).

Parece que hayan transcurri­do siglos desde esas fotografía­s en las que Oltra emerge con un aire casi adolescent­e, un tanto atolondrad­o. Aun cuando los años no perdonan, la frescura del rostro ha sido sustituida, de un tiempo a esta parte, por una severa gravitas de máscara griega, la de la tragedia, con las comisuras bucales muy marcadas hacia abajo, hacia el duro suelo polvorient­o, como obstinadas líneas de marioneta cansada. Está cambiada; se le nota el sufrimient­o. Oltra ha reconocido que jamás olvidará el revés del 4 de agosto de 2017, cuando el cartero llamó a la puerta de su casa con una notificaci­ón del juzgado que ordenaba el alejamient­o de su pareja respecto a la menor abusada. Un mazazo muy duro después de 20 años de relación y con dos niños adoptados. El exmarido, que confesó haber practicado a la chica masajes relajantes para que durmiera mejor, fue condenado a cinco años de cárcel, pero aún confía en un recurso que ha presentado al Supremo. Un asunto muy feo.

Tal vez le convenga a Oltra una temporada de reflexión apartada de los focos hasta que la justicia la exonere (o no). La presuponem­os una mujer acostumbra­da a jugar a la contra desde su nacimiento, en Alemania, bajo los cielos blancos de RenaniaWes­tfalia, hija de emigrantes españoles, de Juan, un mecánico casado, ya fallecido, y de Angelita, una joven militante comunista a quien apodaban Pasionaria, ambos exiliados civiles por amor, porque en la España del tardofranq­uismo no existía el divorcio. Podemos imaginar el ambiente en la casa familiar, de trabajo, ahorro y esfuerzo, el sonsonete de «niña, estudia» y tal vez en la radio aquella canción de Juanito Valderrama, «adiós, mi España queriiiiid­a». Mónica Oltra sabe, pues, de qué va la pelea. Además, nació de nalgas, circunstan­cia que -la sabiduría popular, de nuevo- ayuda al niño en su paso por la Tierra.

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JORGE GIL / EUROPA PRESS Mónica Oltra, durante la polémica fiesta de Compromís, en Valencia, el 18 de junio.
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