Dinastía (XXVI)
El escenario histórico final en que se desenvolvió la dinastía de los Banu Marwan, de los Yilliqíes, fue muy complejo para Qurtuba. Ya he aludido a las precarias condiciones en que Abd al-Rahman III sucedió a su abuelo Abd Allah, quien había tutelado su educación desde muy pronto, después de mandar ejecutar al padre del muchacho por sedición. Apenas era un adolescente y puede afirmarse, sin temor a exagerar, que no era dueño de ningún territorio fuera de las murallas de su capital. De hecho, la primera obra ordenada por el nuevo monarca fue, precisamente, la de fortificar sus puertas. Nada del otro munsi hablamos desde la óptica de la poliorcética. Los cronistas señalan el suceso disparando por elevación. Era una forma de afirmar, sin expresarlo, hasta dónde había llegado la debil idad de los príncipes cordobeses. Todo al-Andalus, o casi todo, estaba amotinado y rehusaba acatar la autoridad del
soberano. Entre los sublevados se señalaban, dada la extensión del territorio bajo su control, los descendientes de Abd al-Rahman b. Marwan. Pero no nos equivoquemos -la historiografía nacionalista española, y también francesa, ha hecho estragos a este respectola gran mayoría de los rebeldes no ponía en duda la autoridad moral de los omeyas. Pero sí su política fiscal. Y buscaban una mayor autonomía, demandando el cumplimiento de los pactos de la conquista o exigiendo el de otros más específicos, en el caso de los clanes árabes y también de los imaziguén o beréberes. Solo, al parecer, hubo una rebelión de carácter religioso. Y era muy pelido,
grosa para los sunníes andalusíes. Me refiero a la de Umar b. Hafsun.
Este personaje, a quien se han dedicado más páginas que al batalyusí, se atrevió, sin dejar de ser musulmán, a jurar acatamiento a los abbasíes de Iraq, primero, y a los fatimíes del Magreb, después. Si aquello era grave, lo segundo rebasaba todos los límites aceptables. Los norteafricanos eran enemigos religiosos y políticos. Eran shiíes y ponían directamente en tela de juicio el derecho de los omeyas al imamato, o sea, a ser la cabeza de la comunidad de los creyentes. Ibn Hafsun era un rebelde, pero también un apóstata. Ibn Marwan nunca tuvo ese tipo de veleidades.
La gran mayoría de los rebeldes no ponía en duda la autoridad moral de los omeyas