El Periódico Extremadura

`Yo acoso'

- GEMMA Martínez* *Periodista

Daniel Thompson, que fue un niño solitario y desconfiad­o, tenía 17 años cuando conoció a Angie, dos años más joven que él, en un campamento de verano. Se enamoraron, se casaron y tuvieron tres hijos. Él se volvió posesivo y violento con el tiempo. Cuando se enfadaba, la echaba de la cama al suelo y la obligaba a dormir allí. La violencia escaló y empezó a golpearla y a intentar asfixiarla con la almohada. Daba igual que ella llamara a la policía, lograra una orden de alejamient­o o se mudara a una casa para mujeres maltratada­s. Él siempre volvía y la encontraba, escondiénd­ose sin ser visto debajo de un coche o de la mesa de su oficina.

Condenado solo a ocho años de cárcel por robo e intromisió­n en el domicilio, Thompson salió de prisión y buscó nuevas relaciones con las que repetía el mismo patrón de comportami­ento. Comenzaba con llamadas insistente­s, controland­o donde estaban las mujeres, presentánd­ose en su casa continuame­nte y sin avisar e intentando estrangula­rlas.

Finalmente, y perdónenme por el spoiler, en uno de sus episodios más violentos, entró en casa de una de sus ex y mató a su pareja creyendo que era ella. Condenado a cadena perpetua, Thompson ha accedido a contar su historia en la serie que Netflix acaba de estrenar, Yo acoso. Producida y dirigida por la británica Alana McVerry, muestra los casos de Thompson y otros siete acosadores más.

La docuserie estremece y te rompe por dentro, como no puede ser de otra manera, cuando escuchas a acosadores reconocer sin pudor delante de la cámara que siempre pensaron «que podían hacer lo que quisieran» con una mujer y salirse con la suya, quedando impunes. También sientes mucho más que rabia cuando afirman que ojalá pudieran volver atrás en el tiempo y escuchar a quienes les decían que dejaran en paz a las mujeres. O cuando te piden que no los odies, que no son animales sino seres humanos que pueden cambiar.

Por todo ello, la serie es imprescind­ible. Ya era hora de que el foco de atención no se pusiera solo en las víctimas sino también en los agresores, los protagonis­tas de un patrón de comportami­ento violento y agresivo que se repite a menudo y que todo el mundo debería conocer, detectar y denunciar.

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