Locuras ajenas

HRecurrimos a «¿De veras era necesario?» cuando descartamos la idoneidad de acciones ajenas

afthor Bjornsson, declarado en varias ocasiones el hombre más fuerte del mundo, se ha desgarrado el pecho mientras intentaba levantar 252,5 kilos. Conocido como La Montaña en la serie Juego de Tronos, Bjornsson ha demostrado que no es una mole de piedra, sino un ser humano, de carne y hueso, más fuerte que nadie pero humano, y por tanto susceptible de lesionarse.

Más de uno etiquetará su intención de cargar con más de 250 kilos como una locura, una forma de malograr la salud, de igual forma que hacen esas personas que acaban cayendo al vacío desde grandes alturas mientras se hacen un selfie, o esos alpinistas que pierden la vida escalando un ochomil, por no hablar de los corredores que no sobreviven a un maratón demasiado exigente.

Todos ellos hubieran estado más tranquilos y seguros en el sofá del hogar, leyendo un libro o meditando, pero cada cual elige sus batallas, y todos, en cierto modo, acabamos haciendo locuras que a muchos otros no se les hubiera pasado por la cabeza.

Ahí tenemos a Dani Alves, aún en la cárcel, tras declarar por segunda vez ante la jueza. Dice que lo suyo con esa chica en una discoteca fue sexo consentido, cuando lo cierto es que debe de haber sido el sexo con menos sentido que ha tenido nunca.

Recurrimos a la pregunta «¿De veras era necesario?» cuando descartamos la idoneidad de acciones ajenas, pero pasamos por alto todas las acciones desnortadas que hemos tomado nosotros mismos. Pero si tan bien se nos da detectar las acciones repudiables o alocadas cuando son ajenas, ¿por qué tenemos tantos problemas para detectar las propias?

En los cuentos anónimos de tradición oral, el sabio siempre es un hombre (o una mujer, rara vez) en la ancianidad. Se da por hecho que la sapiencia solo se alcanza –en el mejor de los casos– cuando somos viejos. El resto del tiempo lo usamos, se entiende, para equivocarnos una y otra vez, una y otra vez. ≡

* Escritor