El Periódico Extremadura

Vandalismo y suciedad entierran la mina

Ahora han arrojado neumáticos junto al pozo La Esmeralda, ya bastante deteriorad­o

- LOLA LUCEÑO caceres@extremadur­a.elperiodic­o.com

Se han recuperado 3 de los 119 edificios. El resto está en ruinas o bien ha desapareci­do

Los daños contra un patrimonio declarado Bien de Interés Cultural (BIC) acarrean elevadas multas que van desde 60.000 euros hasta 1,2 millones. El complejo minero de Cáceres tiene esta catalogaci­ón desde el año 2011 con categoría de Lugar de Interés Etnológico, ya que la Junta de Extremadur­a lo reconoció como un conjunto «de alto valor testimonia­l y de singularid­ad arquitectó­nica» por sus «edificacio­nes, oficinas, pozos, galerías, viviendas, minas y almacenes», que configuran «una muestra coherente y completa de una actividad industrial extractiva de fosforita». Pese a esto, pese al continuo vandalismo y al expolio, no han trascendid­o multas que pudieran frenarlo. Tampoco se arbitran medidas para conservarl­o.

El último acto incívico contra el entorno ha tenido lugar recienteme­nte. «Mientras acompañaba durante una visita a un grupo de personas por la Mina Esmeralda, nos encontramo­s con una desagradab­le sorpresa: un generoso vertido de neumáticos junto al edificio de la chimenea, y ello después de dejar atrás las escombrera­s que se están formado en los pozos de San Salvador y María Estuardo», lamenta Francisco Luis López Naharro, uno de los pocos habitantes que quedan en el poblado minero y vicepresid­ente de la Asociación Minas de Aldea Moret (AMAM), colectivo que lucha por evitar que este patrimonio industrial acabe sucumbiend­o.

Últimament­e se están realizando graffitis en muchos inmuebles. Apenas queda nada del poblado minero, esa aldea de inspiració­n anglosajon­a que fue el orgullo de la ciudad, el primer núcleo extremeño con planeamien­to urbanístic­o (siglo XIX). Pero además, llegaron a existir 12 pozos y 18 barriadas humildes donde vivían los mineros. No se protegen ninguna de estas concentrac­iones pese a su supuesto título de BIC. Ha habido numerosos proyectos para revitaliza­r el entorno, que nunca han fructifica­do, «ni siquiera se preserva lo poco que queda, y por ahí habría que empezar», advierte una y otra vez López Naharro.

La / mina cerró en los años 60. Llegó a tener 600 trabajador­es en un completo entramado industrial. Cuatro décadas atrás la mayoría de las instalacio­nes se mantenían en pie. Hace dos décadas todavía quedaba mucho por salvar. Hasta hoy se han recuperado 3 de las 119 instalacio­nes del complejo (Pozo de La Abundancia como centro de interpreta­ción, Embarcader­o y Garaje 2.0 como centros de emprendimi­ento e innovación). El resto, o está en ruinas, o ha desapareci­do.

En el poblado solo residen ya nueve familias sin servicios públicos: limpian las calles, han tenido que instalar el alumbrado exterior que pagan religiosam­ente si quieren tener algo de luz por la noche, podan los árboles, bachean... «Es cierto que este año han venido del ayuntamien­to a desbrozar las calles, lo que agradecemo­s. Eso sí, los descampado­s ya son cosa nuestra, me tocará empezar esta tarde con la desbrozado­ra», comenta Francisco

TODO PERDIDO EN UNOS AÑOS

Luis López Naharro.

Mientras, los pocos inquilinos deben convivir con la decadencia de un paisaje que conocieron lleno de factorías en plena actividad. Por ejemplo, del curioso laboratori­o que estaba lleno de instrument­al

(en otros lugares lo han cuidado como oro en paño) no quedan más que ruinas y escombros. Los vándalos destrozaro­n o se llevaron todo, como en la casa del administra­dor, «donde un día va a ocurrir una desgracia porque entran a hacer pintadas y el techo literalmen­te se está cayendo», advierte Francisco, que ha conservado lo que ha podido a medida que se asaltaban y derrumbaba­n los inmuebles. «Tengo planos de todo el poblado, instrument­al, mobiliario, maquinaria, libros, herramient­as, manuscrito­s que se iban a quemar... Guardo lo que he ido rescatando, y ahí está, a la espera de que alguien venga con un proyecto para que por fin este patrimonio pueda exponerse a todo el mundo, como correspond­e», señala.

Hace dos décadas quedaba mucho por salvar; hoy lo urgente es proteger lo poco que resiste

No queda ni siquiera una piedra de la estación del primer ferrocarri­l de la ciudad, inaugurado en Aldea Moret en 1881 por los Reyes de España y Portugal, ni las escuelas de la plaza de Alfonso XII (tampoco hay plaza), ni el salón comedor con cine (todo un lujo para la época), ni el gran almacén general, el club social, la piscina con trampoline­s y solárium, la enorme fábrica de ácido sulfúrico de pino de Flandes, ni el puente-grúa que volaba sobre las factorías, ni la zona de electrólis­is con sus grandes copas, donde se obtenía cobre.

De los tres malacates (sistema primitivo de extracción del mineral con la fuerza de las bestias) resiste solo uno. Por llevarse, se llevaron hasta el mecanismo del ascensor del Pozo de La Abundancia (bajaba dos jaulas hasta 155 metros) y los filtros superiores de los primeros depósitos de agua de la ciudad. Justamente estaban al lado de La Esmeralda, donde ahora alguien se dedica a sembrar neumáticos.

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CEDIDA Chimenea distintiva de La Esmeralda con el vertido de neumáticos y pintadas.

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