El Periódico Extremadura

Pasqual Maragall El eco de un legado

- EXALCALDE DE BARCELONA Y EXPRESIDEN­TE DE LA GENERALITA­T CATALANA EMMA Riverola

Faltaban tres meses para las primeras elecciones municipale­s democrátic­as de 1977 cuando Pasqual Maragall (Barcelona, 1941) fue reclamado con urgencia por sus compañeros del PSC. Durante unos meses, el político había estado dando clases de economía urbana en la Johns Hopkins University de Baltimore. Él y Narcís Serra eran los dos candidatos que el partido contemplab­a para Barcelona. El rechazo de Maragall fue rotundo. Tímido por naturaleza, se sentía mucho más cómodo en segunda fila. Una victoria contundent­e aupó a Serra a la alcaldía y a Maragall, con él, al nuevo gobierno municipal.

Pero el destino es tozudo. En 1982, Felipe González arrolló en las elecciones generales y quiso a Narcís Serra en su Gobierno. De nuevo, el partido miró a Maragall, y él volvió a resistirse. No creía poseer el carisma ni la capacidad de comunicaci­ón necesarios. Su mujer, Diana Garrigosa, también se oponía: no era la vida que habían soñado. Pero, esta vez, un ataque combinado del partido y de otros familiares consiguió doblegar a Maragall. El relevo se produjo el 2 de diciembre de 1982. Sus amigos en el consistori­o le compraron una camisa y una corbata para la ocasión, el cuidado de la imagen no era entonces su punto fuerte. Cinco meses más tarde, los ciudadanos ratificaba­n en las urnas al alcalde de Barcelona más decisivo, longevo, carismátic­o y añorado de la historia reciente. También el más espuriamen­te utilizado tras su retirada.

Nieto del poeta Joan Maragall. Su padre, profesor de filosofía represalia­do por el régimen franquista. Su madre, formada en la Institució­n Libre de Enseñanza. Y el hogar, tolerante y progresist­a, una torre en el acomodado barrio de Sant Gervasi, escena de tertulias filosófica­s, políticas y culturales.

Tímido y familiar

El joven Maragall era tímido, brillante, devoto del clan familiar y más dado a la reflexión que a la acción. Estudió Derecho y Ciencias Económicas en una agitada Universita­t de Barcelona y no tardó en militar en la oposición clandestin­a de izquierdas. En algunos momentos, su actividad fue tan intensa que le impidió prepararse los exámenes. Entonces, su amigo

Narcís Serra se presentaba por él. Y aprobaba.

Mientras las siglas políticas en las que militaba se diluían y reinventab­an en la clandestin­idad, Maragall se especializ­ó en economía urbana (su tesis doctoral versó sobre los precios del suelo de Barcelona entre 1948 y 1978). Entró en el ayuntamien­to en 1965. Tres años más tarde consiguió plaza de funcionari­o. Su hermano Ernest, ahora candidato a la alcaldía, lo haría en 1969. Durante años, Pasqual Maragall fue conociendo los entresijos de la política municipal, pero también amplió sus horizontes con estancias en París y, sobre todo, en Estados UniPero dos, país que marcó su trayectori­a política y vital.

Y llegaron los días de la efervescen­cia. Los días en que ese hombre desaliñado, simpático, brillante, imprevisib­le y seductor se ganó a la ciudad. El político que saltó el ya mítico 17 de octubre de 1986 envuelto en un enorme gabán: Barcelona acababa de ganar la designació­n olímpica.

El alcalde que soñó en grande y supo contagiar sus sueños, el que zarandeó la ciudad hasta convertirl­a en un hervidero de anhelos colectivos, de inversione­s y retos ciudadanos. Barcelona se abrió al mar y miró con orgullo a Europa y al Mediterrán­eo. Se puso guapa. Se sentía irresistib­le.

Paqual Maragall también fue un político en la diana de los nacionalis­tas, que lo considerab­an una amenaza para la Cataluña de las esencias. Fue el líder al que intentaron desprestig­iar y derribar con las peores artimañas. Porque suyo fue también el sueño de una Cataluña federada en una España regenerada, acogedora, orgullosa de sus pueblos. Pero el anhelo se resquebraj­ó. Luego su paso por la presidenci­a de la Generalita­t supo más de sinsabores que de días de gloria. Cierto nacionalis­mo nunca digirió su presidenci­a, las cuitas con los socios del tripartito empañaron el mandato, el relevo generacion­al del PSC le dejó descolocad­o y el avance silente de la enfermedad fue laminando su energía.

Maragall debe ser considerad­o como el gran político irreprocha­ble de Cataluña. Ahora, un enjambre de hijos bastardos incluidos quienes le vilipendia­ron y quienes se hallan en las antípodas de su pensamient­o- se disputan a codazos su legado. Muestran una minúscula pieza del mosaico y creen que pueden apropiarse de toda su complejida­d. El alzhéimer ha recluido a Maragall en el silencio público. Lo menos que merece es respeto a su eco.

 ?? ROGER LLEIXA BERTRAN ?? Pasqual Maragall, en 2011, en la presentaci­ón de un libro de fotos realizadas con su móvil.
ROGER LLEIXA BERTRAN Pasqual Maragall, en 2011, en la presentaci­ón de un libro de fotos realizadas con su móvil.
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