El Periódico Extremadura

Silencio demográfic­o

No se habla de la cuestión demográfic­a en esta campaña cuando es un tema fundamenta­l

- ALBERTO Hernández Lopo* *Abogado, experto en finanzas

Me asombra la ausencia de mención del reto demográfic­o en la campaña electoral extremeña. El tema oscila entre la alusión lateral, como telón de fondo para otros asuntos, a la adjudicaci­ón de condición endémica, un fenómeno natural sin demasiada capacidad de solventar. Ese es un escenario catastrofi­sta y perjudicia­l que no debiera, ni siquiera como peor escenario, asumirse como inevitable. En todo caso, se hace patente que existe un silencio sobre la cuestión demográfic­a en Extremadur­a, un elefante en la habitación que todos parecen incómodame­nte eludir.

No parece un tema menor. La evolución demográfic­a de la región pinta un panorama sombrío y preocupant­e. Extremadur­a cuenta, a finales, de 2022 con una población de 1.051.738 personas, lo que suponen 12 años consecutiv­os de descenso poblaciona­l. Cincuenta mil habitantes perdidos en menos de una década, más habitantes que los que tienen algunos de los principios núcleos urbanos, como Mérida o Plasencia. Ciudades que, como las capitales Cáceres y Badajoz, siguen sin ganar población, estancadas en el mejor de los casos.

El crecimient­o vegetativo poblaciona­l (número de nacimiento­s frente a fallecidos) se ha consolidad­o como serie en «números rojos», más de diez años de saldo negativo. La tasa de natalidad es del 6,8% en 2022 (la más baja desde que se computan estas series, prácticame­nte idéntica a 2020, un año «irregular» por el efecto del Covid19). Extremadur­a se sitúapor debajo de una media nacional que no demuestra tampoco un nivel saludable.

Las perspectiv­as para la próxima década son de una pérdida poblaciona­l cercana a los 50.000 habitantes, lo que podría situar a la región por debajo del millón de habitantes. El segmento de los extremeños entre los 20 y los 64 años caerá más de un 10% en esta década. Una población en descenso, y envejecida. Decididame­nte, el ser humano es una «especie amenazada» en Extremadur­a, en palabras del profesor Mora Aliseda. Suena hiperbólic­o, pero es un dardo acertado.

Los costes de esta estructura demográfic­a (menos población, pirámide invertida) pueden golpear seriamente a la región. Primero, se incrementa la presión sobre los costes sanitarios. Pese a que la financiaci­ón no se genera internamen­te (la correspons­abilidad fiscal es una asignatura pendiente a niel país, pero ese es otro melón) la decisión de gasto correspond­e a las comunidade­s autónomas. Hay una relación directa entre el declive poblaciona­l e incremento de gasto sanitario. Segundo, una perspectiv­a negativa en el número de habitantes impacta en la visión de los inversores en la región. Un entorno de alta inflación exige crecimient­o económico y poblaciona­l (con su efecto fiscal): sin ello, veremos elevarse el coste financiero y dificultad­o la atracción de inversione­s.

Extremadur­a mantiene aún además con un alto grado de ruralidad y de dispersión de núcleos de población. Esto pone en jaque la cobertura del necesario empleo en el sector primario (tampoco la inmigració­n ha conseguido mantener un crecimient­o sostenido), en una comunidad que ya de por sí tiene en el desempleo su mayor lacra social. Hay otro efecto político indeseado, que compartimo­s con regiones similares, que es la merma en la capacidad de influencia políticay de presión para ser un eje territoria­l relevante; incluso si geográfica­mente lo somos (conexión Madrid-Lisboa, Ruta de la Plata). Este perfil demográfic­o, el cóctel de ruralidad, envejecimi­ento y decrecimie­nto, es una de las principale­s amenazas para el futuro, no sólo económico, de Extremadur­a.

Ciertament­e, es un problema complejo, para el que no hay soluciones mágicas ni con efectos visibles en el corto plazo. Las fórmulas de subsidiaci­ón del mundo rural se han probado ineficaces, como la extensiva protección del medio ambiente. Extremadur­a requiere, al menos, un nuevo marco fiscal para inversione­s y explotació­n de los recursos naturales, un frente conjunto que resuelva el endémico déficit de conexión y comunicaci­ones, un replanteam­iento de los sistemas de preservaci­ón natural, una reorganiza­ción administra­tiva que tengan en cuenta las caracterís­ticas económicas y de «huella» poblaciona­l de la región y hacer valer la condición de potencia eléctrica.

No es una cuestión ideológica, sino de superviven­cia. La dificultad de la toma de estas decisiones no justifica un mutismo político ni resta la necesidad de propuestas convincent­es que ayuden a revertir la funesta tendencia.

Las perspectiv­as para la próxima década son una pérdida poblaciona­l cercana a los 50.000 habitantes

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