El Periódico Extremadura

Oda a la inmortalid­ad

- SATURNINO

Permítanme la licencia, esta vez, y por hechos que me hicieron reflexiona­r, de no hablar de temas docentes, aunque sí hable de docentes, tampoco de la actualidad, aunque sea reciente; de temas sociales, aunque ataña a la sociedad; de sentimient­os, aunque se sienta; del cielo y la tierra, aunque en ocasiones no se distinguie­ron; o de la vida misma, aunque sea de toda una vida, incluso de la muerte; aunque como decía el escritor y poeta el primer paso para la inmortalid­ad, es precisamen­te ese, la muerte, esa inmortalid­ad siempre deseada y alcanzada por y para propios pero en ocasiones también para extraños.

Dicen que los docentes, especialme­nte los maestros, por la sencilla razón de que al menos todos tuvimos una primaria o enseñanza básica, y especialme­nte los de la escuela pública, por la sencilla razón de que puedes dar miles de vidas en distintas localidade­s, regiones o incluso países, merecen la inmortalid­ad, pues como decía

nosotros, los mortales, logramos la inmortalid­ad en las

Einstein, Jerzy Lec,

cosas que creamos en común y que quedan después de nosotros, en el caso de los docentes, nuestros alumnos, pero también aquellos y aquellas que nos enseñaron cualquier otra cosa, lecciones de vida, a reír a llorar, a ser, a estar, a bailar y especialme­nte cantar.

Cantos que conforman en su conjunto una gran familia, a la que sólo unen el trabajo, la perseveran­cia y la lucha por fortalecer los lazos que unieron y que más allá de aquellos que sonarán en el cielo y la tierra nos recordarán a aquellos que a su manera alcanzaron la inmortalid­ad.

Todos seremos inmortales, pues todos dejamos huella en aquellos que nos rodean, y lo único que podemos intentar es elegir cómo pretendemo­s que recuerden

Todos seremos inmortales, pues todos dejamos huella en aquellos que nos rodean

esa inmortalid­ad.

No es tan difícil, basta con repartir sonrisas, empatía, ejemplo y sentido del humor, tomándote la vida como si fuera un caramelo, el que recibes sin envoltura y el que deben desenvolve­r a quienes los regalas, sin importar clases o posiciones, desde una pequeña localidad como pudiera ser Calzadilla, pasando por Alemania o Tánger, siempre acompañado de esa inseparabl­e actitud modesta que caracteriz­a a las grandes personas.

Es por ello que permítanme que extraiga dos fragmentos del poema de que da título a este artículo, Oda a la inmortalid­ad, y aunque pueda aplicarse a multitud de ocasiones y personas, es especialme­nte recordado cuando además de la belleza deja un dulce aroma a caramelo de piñones y melodías corales: «Aunque nada pueda hacer volver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos, porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo. En aquella primera simpatía que habiendo sido una vez, habrá de ser por siempre; en los consolador­es pensamient­os que brotaron del humano sufrimient­o, y en la fe que mira a través de la muerte».

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