Nosotros, los marrones
Dejemos de negar el racismo y busquemos soluciones, pero no sólo cuando nos tocan la imagen y el bolsillo
Hace poco una de mis sobrinas irlandesas me hizo un dibujo de mí misma. Tiene siete años y de la forma más natural del mundo eligió el marrón para mi piel, porque a sus ojos, claramente, yo no soy del mismo tono blanco azulado que es ella. No pude evitar pensar que mi color en inglés, 'brown', es el nombre genérico con el que se denomina coloquialmente en Estados Unidos a los 'morenos', que normalmente suelen ser latinoamericanos. Y pensé en cómo un mismo adjetivo se puede usar de dos formas tan diametralmente distintas.
La primera denota simplemente el registro inocente y factual de la diferencia, mientras que el segundo, implica segregación y el sedimento palpable de un racismo arraigado, que pese a quien le pese, está muy presente en nuestra sociedad. A veces de forma disimulada y políticamente correcta, otras, con sesgos más taimados e hipócritas, pero también en versiones, violentas y descaradas. Todas, ignorantes y todas, igual de despreciables.
Lo vimos en las reacciones a aquel abrazo inolvidable entre Luna, la voluntaria de Cruz Roja, y el inmigrante Abdou en la playa del Tarajal. Se reflejaba en el cartel sobre los Menas y los abuelos de Vox en Madrid; y también en ese ridículo amago de baile de 'El tiburón' de Feijóo, Ayuso y Almeida para captar votos en su foro latino.
Pero, sin duda, son el hombre convertido en 'masa' de los estadios de fútbol y el anonimato de las Redes Sociales, los dos caldos de cultivo que más propician que cualquier racista se quite la careta y se despache a gusto. Los cánticos contra Vinicius Jr en Mestalla no han sido más que la última entrega de actitudes y prejuicios mucho más habituales de lo que parece.
NO ES LA
primera ni, desgraciadamente, será la última vez que se increpe a un futbolista de élite por el color de su piel. Lo novedoso de esta última polémica es que pone en peligro una tajada económica importante, más que para España, para unos cuantos peces gordos: la candidatura conjunta de nuestro país, junto a Portugal y Marruecos para ser sede del Mundial 2030.
A los mandamases de turno, les han puesto la cara colorada en casa, y a nivel internacional. Hasta la Casa Blanca y la ONU se han pronunciado sobre el asunto, y en Europa, 'The Times', ha aprovechado las aguas revueltas para tirar piedras sobre nuestro tejado y cuestionar la idoneidad de España para ser anfitriona de un torneo de ese calibre. Como si los británicos fueran un ejemplo en temas de racismo, teniendo en cuenta no sólo su pasado y su historia, sino su salida de la UE, con un 'Brexit' que tenía por pandera el miedo a los extranjeros.
Aunque está claro que los estirados ingleses no tienen la exclusividad en lo de ser hipócritas, en lo que a temas de inmigración se refiere. Hay una parte de la sociedad, casi en todas partes, a la que le genera rechazo y le asusta la presencia de seres humanos diferentes a ellos, ya sea por apariencia, lengua o religión.
En las últimas décadas, se ha producido una suerte de nuevo 'Big bang', que ha sacudido el mundo y mezclado los habitantes de los diferentes continentes. La globalización, que ha estandarizado usos, costumbres, músicas, comidas o atuendos, ha contribuido a fomentar el conocimiento y facilitar la adaptación de cualquier persona a un nuevo país.
Y es cada vez más fácil entender que los más jóvenes y, tantas veces los mejor preparados, los más brillantes atletas, médicos o científicos, opten por cambiar de patria y de bandera, atraídos por los cantos de sirena del capitalismo y del mejor postor.
De manera que raros son las ciudades, y hasta los pueblos más pequeños, del llamado Primer Mundo, en el que no hay ya instalados extranjeros de cualquier otro lugar del globo, que ya han dejado de serlo para convertirse en vecinos o conocidos. Porque es en las comunidades más pequeñas dónde es más fácil que el distinto se convierta en uno más y que desaparezcan el miedo y el recelo.
Vinicius Jr es negro, como yo soy marrón, o mi sobrina irlandesa es blanca. Que esos colores dejen de ser un insulto para convertirse en un atributo más, como rubio, bajo o zurdo, dependen de la educación, la normalización y políticas de integración reales y necesarias. Dejemos de negar la evidencia y busquemos soluciones, pero no sólo cuando nos tocan la imagen y el bolsillo.
Que esos colores dejen de ser un insulto para convertirse en un atributo más, como rubio, bajo o zurdo