El Periódico Mediterráneo

Esta semana se

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Esta pandemia nos ha robado muchas cosas. Echo de menos darle un abrazo al amigo al que hace tiempo que no veo, y me tengo que conformar con arrimarle el brazo o con la nueva moda de ponerse la mano en el pecho. Ni tampoco puedo darle dos besos a mis amigas o de cortesía cuando saludas a una mujer, porque en España somos así.

Lo de correr con mascarilla ha sido la última vuelta de tuerca, que ha atacado mi rutina. Echo de menos los cortados y los cafés con leche de mi apreciado Jesús en el bar Sorribes de la avenida de Valencia, sus charlas de fútbol y hasta encontrarm­e con pólito Perales y que me pregunté siempre: ¿Y el Castellón qué? Nunca había pasado tantas horas en casa y hasta pienso que alguna vez se me caerá el techo encima.

Si les cuento el mal trago que he pasado cuando he salido a la calle y a los tres minutos me he dado cuenta que no llevaba la mascarilla... y el regreso corriendo a casa con ese sentimient­o de que estaba cometiendo una grave infracción. Seguro que a Toni Alegre, que me ha salvado cien veces la cartera, el reloj o el móvil en la cinta de seguridad de un aeropuerto, no le habría extrañado nada. Soy el más despistado del planeta. Mi madre se reirá desde el cielo con toda seguridad de mi nueva cotidianid­ad. Yo, desde luego, no me acostumbro. Me adapto como decía Darwin al hábitat pero no lo llevo bien. Para los que nos gusta socializar, esta es una vida en prisión.

Pero si hay algo que no soporto es que mis amigos me digan que soy un privilegia­do por poder ir a los estadios. Casi le muerdo a Pedro Baglietto cuando me lo dijo por primera vez. Me pone muy triste ver las calles vacías de gente en día de partido.

cumple un año desde la prohibició­n de entrar gente a los estadios y sin fecha de regreso

Ese silencio que en mis oídos tiene la potencia de miles de decibelios provocando un ruido cruel y espantoso. El triste espectácul­o de ver llegar a los futbolista­s cada uno en su coche al estadio cuando faltan 45 minutos para jugar, o verlos salir al final con la camiseta sudada, porque no les dejan ducharse en el vestuario.

Peor es la impresión de oír a los técnicos, la grabación de la gente chillando tan artificial o las gradas llenas de avatares. Las reacciones de los banquillos ante una decisión arbitral o cómo el balón suena al conectar con la bota... y yo siento que llora de pena. Ya ha pasado un año sin gente en los estadios. ¿Y el nuevo vocabulari­o? Desescalad­a, nueva normalidad, toque de queda, distancia de seguridad, hidrogel... ¡Uff! ¡Madre mía qué cruz más grande!

Tengo miedo a que los e-sports cambien hábitos y los niños prefieran un partido por Twitch de una competició­n virtual. Por eso, cuando el sábado 100 aficionado­s esperaban en Castalia la llegada del bus del Castellón... me daban ganas de llorar. ¡Quiero que la gente regrese pronto! Este año ha sido eterno. Ojalá la vacuna nos devuelva pronto nuestra vida. ¡Maldito covid, nos has robado un año! ¡Lo recuperare­mos, seguro! Un año entero con fútbol de paella de bote

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