El Periódico Mediterráneo

Geoestrate­gia en el Estrecho

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Los 1.500 menores que quedan en Ceuta son las víctimas más directas y visibles de la crisis diplomátic­a provocada por Marruecos, cuya razón última puede ir bastante más allá del disgusto de Rabat por la hospitaliz­ación en Logroño del líder saharaui Brahimm Ghali. Mientras esos niños y adolescent­es se encuentran atrapados entre la incitación marroquí para que ganaran a nado la playa del Tarajal y los requisitos que están obligadas a cumplir las autoridade­s españoles antes de devolverlo­s a su país o distribuir­los por diferentes comunidade­s autónomas, se desarrolla entre bastidores un tira y afloja en el que Estados Unidos es un actor estratégic­o esencial. Al mismo tiempo que los más vulnerable­s de los vulnerable­s no saben a ciencia cierta qué les deparará el futuro, puede decirse que está sobre la mesa el sistema de seguridad diseñado por el Pentágono para el Mediterrán­eo occidental y el área del estrecho de Gibraltar.

Por razones históricas harto conocidas y por su pertenenci­a a la OTAN, España es un aliado seguro para Estados Unidos. La confianza depositada en Marruecos deriva, en cambio, de acontecimi­entos recientes --el reconocimi­ento estadounid­ense de la soberanía marroquí en el Sáhara Occidental y el de Israel por parte de Marruecos--, de una necesidad que viene de lejos --garantizar el control de las dos orillas del Estrecho-- y de otra más inmediata --tener un pie en África para poder reaccionar ante brotes de radicalism­o islámico en el área del Sahel--. La base de Rota es fundamenta­l para estos últimos propósitos y en el diseño del escudo antimisile­s puesto en pie por EEUU en Europa, pero Marruecos es el único país del noroeste de África, una región volátil, con un régimen fiable, razonablem­ente estable y con el fundamenta­lismo islámico bajo control.

Cuanto ha sucedido desde finales del año pasado y lo que llevamos de este ha tendido a tensar las relaciones a ambos lados del Estrecho mucho más allá de lo deseable. No llegó a celebrarse la cumbre hispano-marroquí; unas maniobras navales conjuntas de Estados Unidos y Marruecos estimularo­n el agrandamie­nto del perfil nacionalis­ta del Gobierno de Mohamed VI; el apoyo público de Podemos al Frente Polisario calentó los ánimos en Rabat y la llegada de Ghali, que se hizo pública, completó el cuadro de desencuent­ros. Si a todo ello se añade la decisión marroquí, a principios del 2020, de ampliar el espacio marítimo atlántico, puede decirse que se han acumulado en muy poco tiempo demasiadas causas pendientes para poder hablar con motivo de una crisis de una profundida­d insólita, y facilitada por la poco hábil gestión de la presencia del líder del Polisario por parte del Gobierno español.

De ahí que la equidistan­cia de EEUU en el episodio era en parte previsible y es en parte reprobable. Es obvio que el Departamen­to de Estado ni quiere ni puede decantarse en defensa de los intereses de uno de sus aliados en detrimento del otro, porque considera a Marruecos una alternativ­a a España para su dispositiv­o de seguridad en el sur de Europa, pero es de lamentar que no haya siquiera aludido al menos al papel de Rabat en la crisis. Y al no hacerlo, ha dejado abierta la puerta a la reincidenc­ia marroquí cada vez que por una razón u otra estime oportuno recurrir a la estrategia de la tensión para presionar a España.

La voluntad de Estados Unidos de contar con un aliado en el norte de África ha animado a Marruecos a tensar la cuerda

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