Una maldita pieza
Podría hablar del chantaje intimidatorio de Marruecos. De la disputa por el Sáhara Occidental. Del pulso a Europa, apuntalado por el reconocimiento de Donald
Trump. Podría protestar por las devoluciones en caliente o por esas imágenes de soldados expulsando a migrantes con golpes gratuitos que muchas veces pueden verse por televisión. Pero también podría admirar a tantos otros soldados, guardias civiles o personal de la Cruz Roja que salvaron a niños, consolaron a extenuados y regalaron solidaridad haciendo una gran labor. Podría hablar de la incapacidad de Europa de abordar el fenómeno migratorio de un modo conjunto, realista y solidario. Del temor de
los vecinos de Ceuta. También de la política carroñera de la ultraderecha, siempre dispuesta a alimentarse de las debilidades democráticas. Pero, por unas líneas, que calle el tablero de juego.
¿Cómo se vive cuando no hay posibilidad de futuro? Cuando emprendes un viaje, a sabiendas de lo que pueda suceder, con la muerte pegada a tu sombra. Cuando tus ojos ven lo insoportable. Cuando lo único que atesoras son despedidas. Cuando, al fin, reconoces que solo eres una pieza. Una maldita pieza que otros moverán, al antojo de los intereses políticos del momento. Entras. Te quedas. Esperanza. Pesadilla. Vida. Muerte... Sí, hablemos también de eso.