El Periódico Mediterráneo

El Gobierno español intenta evitar el caos con los menores migrantes

Han habilitado un canal de informació­n para los familiares de los niños llegados a Ceuta Los tests anticovid se agilizan para poder enviar a la península a quienes no sean reclamados

- JUAN JOSÉ FERNÁNDEZ

«Sí. Estoy bien, me estoy buscando la vida y durmiendo en el bosque», dice Soufian a su familia

Alos cuatro días de pulso entre España y Marruecos sobre la oleada de jóvenes migrantes llegada a Ceuta, empezó ayer a funcionar un puente telefónico humanitari­o con la habilitaci­ón por las autoridade­s de este lado de la frontera de un teléfono al que padres marroquís puedan llamar preguntand­o por sus hijos. Y ese ha sido un primer gesto de distensión que atenúa poca cosa, sobre el que el ministro de Exteriores marroquí, Naser Burita, arrojó un jarro de agua fría al seguir señalando el que para él es el origen del conflicto: la acogida del líder polisario Brahim Gahli por España sin informar a su vecino del sur. No se enfría el conflicto, cuyo balance humanitari­o ha empeorado cuando la Guardia Civil, a media tarde, rescataba en aguas próximas a la playa del Tarajal el cuerpo sin vida de uno de los últimos que intentaba llegar. El joven cadáver sobre la arena bajaba todo el conflicto a la plena realidad de las cosas, el territorio donde vive gente como el emigrado Soufian y sus padres chabolista­s.

Dice Soufian que cuando consiguió llegar a la playa del Tarajal, las fuerzas de seguridad disgregaro­n a su nutrido grupo disparando pelotas de goma. Al caos de la natación multitudin­aria junto al espigón sucedió otro barullo de carreras por la arena. Y en el empapado desorden perdió a su compañero Ahmed. En tres días vagando por Ceuta, aún no lo ha encontrado. Y esa es una de las primeras explicacio­nes que cuenta este muchacho de 17 años cuando por fin consigue un teléfono prestado con el que llamar. Atiende la conferenci­a su padre desde la chabola familiar en Marrakech.

LA LLAMDA A CASA Comunicar con las familias que dejaron al otro lado se ha convertido en una necesidad cada vez más apremiante para los dos millares de nuevos migrantes que quedan en Ceuta. El teléfono habilitado por el gobierno local para que parientes marroquís puedan localizar a niños solos es la última herramient­a para gestionar aspectos humanitari­os acuciantes de esta crisis. Pero el teléfono, 956512413, se colapsó al poco de difundirse por las redes sociales.

–Padre, no podía llamar porque mi teléfono se quedó sin batería. Dile a mamá y a todos que estoy bien.

– Vale. ¿Has llegado?

– Sí. Estoy bien, me estoy buscando la vida. Estoy durmiendo en el bosque. Es lo que hay; no puedo hacer otra cosa.

–¿Estás con Ahmed?

–Desde que entramos no lo he vuelto a ver.

–Por favor, llámalo. Dile que tú estás bien, que se vaya contigo y estéis juntos. ¡Llámalo!

Soufian ha podido por fin dar un parte a la familia. Andar sin batería ni enchufe en que cargarla es muy estresante para un adolescent­e que traga saliva emocionado al llamar. Al padre no le oculta algún detalle duro. «Aquí atracan a los niños. Otros nos pegan. Pero yo estoy bien», le dice.

Aunque no sabe nada de Ahmed. Quizá lo llevaron a las navesdel Tarajal; o quizá se ha rendido y se ha vuelto, pero eso le extrañaría: es demasiado duro llegar sin ningún medio desde Marrakech, cerca del Atlas, hasta el mar de Ceuta. Son 625 kilómetros; es mucho como para darse la vuelta.

Soufian milita en un contingent­e de número desconocid­o de jóvenes y niños que, cuatro días después del tsunami migratorio enviado por Marruecos, persisten en intentar llegar a la península y se resisten a ponerse en manos de las autoridade­s.

Son el núcleo duro de la crisis migratoria, objetivo policial y sanitario, que van siendo capturados para ser identifica­dos y hacerles un test de antígenos para poder enviarlos a otras comunidade­s. Estos niños han sido pasto de mentiras que llovieron en las redes sociales el pasado fin de semana para animarlos a tirarse al mar: que se abría la frontera, que en España estaban buscando gente para trabajar…

Ahora son munición para la batalla de propaganda, desde que por emisoras y redes sociales marroquís se filtra que España está reteniendo a los niños. «Y es mentira. Tratamos de poner en orden listas para que la familia que quiera sepa dónde están, y facilitand­o la vuelta a los que quieren volver a sus casas», explica Ángela G, trabajador­a social en el Tarajal.

A sus 13 años, Mounir es uno de estos pequeños peones, un guijarro en el torrente del lunes. Forma parte de una pandilla de niños tangerinos que se formó en las escolleras del puerto de Ceuta, a la espera de un ferry en el que colarse. El Estado los busca, aparece de vez en cuando por la escollera en forma de coche policial. Este jueves se intensific­ó por la Policía y la Guardia Civil una captura metódica de grupos para llevarlos a identifica­r y someterlos a tests de antígenos.

A 145 de los que lo han pasado sin dar positivo los han llevado al Campo Piniers, una explanada de barracones entre cuarteles militares en lo alto de Ceuta custodiado­s por guardas jurados y enfermeros. Mounir se agarra a la verja del puerto, mirando salir majestuosa­mente un ferry blanco y rojo de Trasmedite­rránea. «Quiero llegar a una buena ciudad, aprender el idioma, aprender un oficio y trabajar», relata en dariya. Cuando se le pregunta qué le gustaría ser de mayor no duda: «Mecánico».

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JOSÉ LUIS ROCA Jóvenes migrantes llegados hasta Ceuta desde Marruecos esperan un destino.

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