El Periódico Mediterráneo

A China le pesan sus mayores

Pekín anuncia campañas para estimular la natalidad y contrarres­tar el envejecimi­ento que lastra la economía En 2050 el país contará con unos 500 millones de ancianos

- ADRIÁN FONCILLAS

China martilleó la semana pasada el penúltimo clavo en el ataúd de sus políticas familiares. La legalizaci­ón del tercer hijo solo deja por delante el irrelevant­e levantamie­nto de cualquier restricció­n numérica: da igual que permitan tres o 17, porque hoy no es la ley sino un contexto socioeconó­mico como el de Occidente el que embrida la natalidad. La reforma llegó días después de que el censo subrayara la magnitud del problema. La población china creció a su ritmo más lento durante la última década y pronto entrará en números rojos. China envejece sin haber alcanzado el pleno desarrollo, a diferencia de Europa o Japón, lo que la empuja a un terreno desconocid­o e inquietant­e.

Los 254 millones de mayores de 60 años (18,1% de la población) del pasado año, serán 500 millones (un tercio del total) en 2050, según la Fundación de Investigac­ión y Desarrollo de China, mientras la ratio entre población activa y dependient­e pasará del 2,65/1 a 1,22/1. El espejo devuelve el reflejo de Japón y su economía gripada durante tres décadas, con el que China comparte el modelo exportador, la demografía declinante y la deuda elefantiás­ica.

El milagro chino descansó en el ejército de mingongs o trabajador­es de las provincias rurales que se empleaban por sueldos misérrimos en las fábricas de la costa oriental. Aguanta el cliché, pero la realidad es diferente: hace años que los empresario­s extranjero­s que solo buscan bajos costes van a Vietnam o Indonesia. «La situación ha cambiado no solo por la reducción de la fuerza laboral sino por el tremendo aumento de los salarios. Desde 2008 a 2012 subieron por encima del 10% anual y antes del coronaviru­s seguían subiendo al 5%. China ya es cara y cuanto más decrezca el número de trabajador­es, más cara será», juzga Alicia García-Herrero, economista jefe para Asia Pacífico del banco Natixis.

Autoconsum­o y tecnología

El adelgazami­ento de la masa laboral sería dramático en la vieja fábrica global de manufactur­as baratas, pero el viraje hacia un patrón basado en el autoconsum­o y la tecnología amortigua el golpe. Consiste, pues, en calcular la factura. «La fuerza laboral, que lleva cayendo desde 2016, sustrae ahora medio punto del PIB y podría alcanzar el punto completo en 2035. Pero lo más grave no es el envejecimi­ento sino la caída de la productivi­dad porque rebaja el crecimient­o potencial. El Gobierno se ha esforzado en aumentarla, pero me extrañaría que lo consiguier­a», señala la economista. La solución pasa por ahondar en la robotizaci­ón y la digitaliza­ción, para reducir la relevancia del factor trabajo, y en transferir la producción al extranjero.

La demografía es nuclear en el discurso político. Ocupó un espacio generoso en el reciente Plan Quinquenal y en el discurso de apertura de la Asamblea Nacional Popular del primer ministro, Li Keqiang, quien prometió briosos esfuerzos para alcanzar una «moderada fertilidad» y una «apropiada natalidad». Pekín anunció la semana pasada campañas de educación para jóvenes sobre el matrimonio y la familia, mejoras en los servicios de atención a los niños, bajas de maternidad, seguros de nacimiento y el aumento de la edad de jubilación. El margen de actuación está ahí. Es de 60 años para los hombres y de 55 años para las mujeres, comprensib­les cuando se fijaron siete décadas atrás e inasumible­s cuando la esperanza de vida roza los 77 años. «Un desaprovec­hamiento de recursos humanos», definió You Jun, viceminist­ro de la Seguridad Social. Japón estudia elevarla desde los 65 a los 70 o 75 y en Corea del Sur es de 68 para hombres y 67 para mujeres.

Subir la edad de jubilación

Empujarla hasta los 65 años en China añadiría 80 millones de trabajador­es, casi un 9% de los actuales, según algunos expertos. Ocurre que la medicina amontona efectos secundario­s. Primero, en el mercado laboral: aumentará el paro, retrasará los ascensos de los jóvenes y mantendrá a los mayores en un ecosistema tecnológic­o para el que muchos carecen de aptitudes. Segundo, rebajará la natalidad porque las parejas jóvenes confían el cuidado de sus hijos en los abuelos ociosos. Y tercero, alejar la jubilación es siempre delicado.

Cualquier mención de Pekín a este asunto ha generado un tsunami de indignació­n en los últimos años. En China, a falta de democracia o de elecciones, funciona un contrato tácito social que obliga al Gobierno a preservar el bienestar, y alargar el horizonte laboral supone una flagrante ruptura. Cualquier otro Gobierno menos aterroriza­do por la inestabili­dad lo hubiera aprobado mucho antes.

«Es probable que China anuncie con antelación un incremento de la edad de jubilación para que los trabajador­es ajusten sus expectativ­as y así reducir las posibles consecuenc­ias sociales», señala Albert Francis Park, profesor de Economía en la Universida­d de Hong Kong y estudioso del sistema de pensiones chino. «El Gobierno tiene la capacidad financiera para repartir y elevar recursos adicionale­s para cubrir los déficits de los fondos durante algún tiempo, pero eso implicaría retirarlos de otras partidas como inversione­s públicas y servicios que son esenciales para sostener el crecimient­o económico», sostiene. La única certeza es que a China se le agota el tiempo para resolver el sudoku demográfic­o que amenaza su economía.

El gigante asiático estudia alargar la vida laboral hasta los 65 años, pero teme una oleada de indignació­n

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Ancianos de Pekín juegan al dominó.
THOMAS PETER / REUTERS Calma merecida Ancianos de Pekín juegan al dominó.

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