Insultar a los adolescentes
Vallés*
Hoy será historia algún día, y entonces costará entender la saña desplegada por inquisidores y moralistas contra los adolescentes de los macrobrotes festivos del coronavirus. Un pelotón de inquisidores y moralistas se han sometido al sacrificio de interrumpir el canto de los goles de su equipo para cargar contra jóvenes que cometen el acto criminal de divertirse. El encierro indiscriminado «bajo custodia policial» en un hotel les parecía insuficiente, se quedaban a un paso de glosar las virtudes de la tortura. Pese a las duraderas secuelas de la pandemia, sigue habiendo mucha gente segura de sí misma. No consta que ningún joven haya leído estas joyas literarias, donde se les aporrea por someterse a las prácticas que Boris Johnson acaba de normalizar en el Reino Unido. Los adolescentes afectados se desmarcaron tiempo atrás de la opinión magistral de sus mayores, autores de un mundo propicio para la pandemia, en el que se iguala la responsabilidad de un ciudadano de 18 años y de la Administración. La intensidad del escarnio adulto decaía de modo revelador a la hora de señalar a los empresarios que gestionaron y cobraron el desmadre juvenil.
Entre los dos centenares de jóvenes más insultados de la historia de España había estadísticamente algún santo y algún asesino, tal vez confundidos en una misma persona. Sobre todo, mostraron una creatividad expresiva que volvió el encierro contra quienes lo ordenaron. De hecho, las descalificaciones arreciaron con especial intensidad cuando los alumnos fueron exonerados de una cuarentena bajo custodia policial que sin duda redondeará su experiencia educativa. En su furia cegadora, los torquemadas prescindieron de que medio centenar de estudiantes aceptaron quedarse en el hotel que eran libres de abandonar, para cumplir con el confinamiento ilegal.