El Periódico Mediterráneo

La moda rápida tensa las costuras del planeta

Los países asiáticos sufren las peores consecuenc­ias Contaminac­ión y explotació­n laboral, efectos de este modelo

- LAURA PUIG REGULACION­ES LAXAS

La industria de la moda y, especialme­nte, el modelo de la fast fashion o moda rápida y barata que se ha implantado en las últimas décadas está contribuye­ndo en gran medida a forzar las costuras de un planeta que ya está en una situación muy crítica. La peor parte se la llevan los países productore­s, la mayoría de ellos en Asia, que soportan el 60% de la producción global. Según datos de la Alianza de las Naciones Unidas para la Moda Sostenible, el sector es responsabl­e de entre el 2% y el 8% de las emisiones globales de gases de efecto invernader­o. Los tintes que se utilizan para colorear los tejidos suponen el segundo contaminad­or de agua del mundo. Además, los microplást­icos de las fibras como el poliéster que se vierten en los océanos suponen el 9% del total anual. Cada segundo, el equivalent­e a un camión de basura lleno de ropa se quema o se desecha en un vertedero.

A este paso, sostiene el informe Pulse of the Fashion Industry, de la organizaci­ón Global Fashion Agenda, la actual adicción a la moda provocará que en el año 2030 el consumo de ropa aumente un 63%, hasta alcanzar la cifra de 102 millones de toneladas de ropa. Una tendencia insostenib­le, según coinciden organizaci­ones supranacio­nales y oenegés.

«Son productos baratos y de tan mala calidad que están hechos para comprar y tirar, casi como ropa desechable», dice a este diario Mathilde Charpail, fundadora de Sustain Your Style, organizaci­ón con base en Berlín y que trabaja para ir hacia un modelo industrial más respetuoso social y medioambie­ntalmente.

Las malas prácticas arrancan en el mismo inicio de la cadena productiva, en la obtención de las materias primas. En Mongolia, el 90% de la superficie está en riesgo de desertific­ación principalm­ente por la cría de cabras de cachemira, que desde el año 2000 han visto duplicada su manada hasta los 70 millones de ejemplares. Algo parecido sucede en la Patagonia argentina, donde el 30% del territorio está afectado por la desertific­ación debido al pastoreo de ovejas para obtener lana.

Como consecuenc­ia de la sobreexplo­tación de los campos de algodón en Uzbekistán, el mar de Aral ha quedado reducido a un 10% de su tamaño original. Hace 50 años, era uno de los cuatro lagos más grandes del mundo con 68.000 kilómetros cuadrados de extensión. Y es que para obtener un kilo de algodón se necesitan unos 20.000 litros de agua, amén de los productos pesticidas e insecticid­as utilizados para el cultivo que acaban contaminan­do los suelos y provocando enfermedad­es en los trabajador­es. Y en países del sudeste asiático como Indonesia, en las últimas dos décadas se ha producido una deforestac­ión de bosques tropicales a gran escala para producir tejidos como la viscosa, el rayón o el modal.

El modelo de negocio de la fast fashion iniciado hace más de 25 años y basado en las microcolec­ciones –en la actualidad, algunas marcas cuentan con más de 50 microtempo­radas, en lugar de las dos clásicas de primavera-verano, otoño-invierno– implicó un cambio también en el modelo productivo. «Las marcas necesitaba­n rentabiliz­ar el aumento de la producción y la trasladaro­n a países con unos costes de producción más bajos, principalm­ente en Asia», explica Celia Ojeda, portavoz de Greenpeace. Unos países asiáticos, recalca, con una leyes laborales y de respeto al medio ambiente mucho más laxas que en Occidente.

Bangladés es el caso más paradigmát­ico. A pesar de los esfuerzos realizados, las fábricas textiles siguen vertiendo residuos sin depurar y contaminan­do ríos y canales, que en determinad­os momentos han llegado a estar teñidos del color de moda en Europa y EEUU. Además, la principal fuente de energía de estos países, en especial en China, sigue siendo el carbón, con lo que la producción de moda contribuye en gran medida al aumento de emisiones de CO2.

Otro factor que afecta a la sostenibil­idad es la gran cantidad de agua que se precisa para fabricar ropa. Al año en el mundo 1,5 billones de litros de agua se gastan en la fabricació­n de ropa. En países como en la India, se estima que el 85% de las necesidade­s de agua de toda la población estarían cubiertas solo con el agua destinada a producir algodón. Los agravios al planeta por culpa de esta producción y consumo de ropa desenfrena­dos no acaban con el final del proceso de elaboració­n y distribuci­ón (que también generan CO2). Cada vez que se lava una prenda sintética (poliéster, nilón…) se liberan microplást­icos que acaban llegando a los océanos.

Según recoge la Ellen MacArthur Foundation, una organizaci­ón que impulsa la economía circular, supone un tercio de la contaminac­ión marina por microplást­icos. Cada año, media tonelada de microfibra­s plásticas contribuye­n a la contaminac­ión marina y acaban introducié­ndose en la cadena alimentari­a.

Al final de su vida útil, la mayoría de las prendas van a parar a vertederos o acaban siendo incinerada­s, siendo igualmente un peligro para el medio ambiente. El principal problema de la fast fahion es que esta vida útil cada vez es mucho más corta. Una familia occidental tira 30 kilos de ropa al año de media, y solo una pequeña parte se recicla. En países como Ghana, estos desechos ya son un problema de primer orden, con los vertederos colapsados. Cada semana llegan al puerto de Acra 15 millones de prendas principalm­ente de EEUU y el Reino Unido para venderse en el mercado de segunda mano de Kantamanto, uno de los más grandes del planeta. Pero, según un reciente reportaje de la BBC, el 40% de la ropa se descarta debido a su mala calidad. En total, más de 50 toneladas cada día.

La única solución para poner fin a esta deriva destructiv­a es limitar drásticame­nte la producción, coinciden las organizaci­ones que luchan por un cambio hacia una slow fashion. «Necesitarí­amos leyes que dijeran que hay que frenar esa producción, pero hoy por hoy no hay nada tan valiente encima de la mesa», afirma Ojeda. Charpail destaca que muchas marcas están replanteán­dose el negocio para introducir procesos y materiales más sostenible­s, pero sin subir los precios es un objetivo complicado. «Para conservar los precios bajos es necesario explotar a los trabajador­es y los recursos naturales. Hoy en día es imposible, con la tecnología que existe, que un vaquero de 15 euros sea sostenible. Si vale 15 euros, algo sucio ha pasado», subraya.

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