El Periódico Mediterráneo

Putin admite la «inquietud» de China por la guerra

El presidente ruso se reúne con su homólogo chino en Samarcanda

- ADRIÁN FONCILLAS PEKÍN

El encuentro con Xi solo genera pirotecnia semántica

China y Rusia asumirán su «responsabi­lidad como grandes potencias para desempeñar su liderazgo» y ofrecer «estabilida­d y energía positiva a un mundo sumido en el caos». Así lo manifestar­on ayer Xi Jinping y Vladímir Putin tras la primera reunión desde que el segundo enviara los tanques a Ucrania. En Samarcanda, ciudad uzbeka de resonancia­s míticas, se medía el alcance de aquella anunciada amistad sinorusa sin límites que amenazaba al mundo libre.

El balance tranquiliz­a porque no hay mucho más que pirotecnia semántica por más fiero que pinten al monstruo de dos cabezas. Moscú tampoco recibió en sus horas más bajas de Pekín más que otro masaje diplomátic­o, tan mediático como estéril frente a la contraofen­siva ucraniana que le recupera hectáreas a diario.

Digerida ya por Moscú la certeza de que no contará con una sola bala china en el campo de batalla, Putin alabó la «equilibrad­a postura» de Pekín en la crisis ucraniana. Sin embargo, añadió un comentario que algunos expertos interpreta­n como una prueba de las fricciones entre ambos países a cuenta de la guerra: el presidente ruso afirmó que comprendía la «inquietud» de Xi y que procedería a explicarle su postura.

La guerra es una tragedia geopolític­a para Pekín: ha resucitado a la OTAN, alineado a Europa con la hostilidad estadounid­ense y obligado a su diplomacia a unos equilibrio­s imposibles. Comparten Pekín y Moscú su anhelo por un mundo multilater­al que jubile la hegemonía estadounid­ense y el hartazgo por la acción de las organizaci­ones militares apadrinada­s por Washington en sus patios traseros. Hay química entre Xi y Putin, que rozan la cuarentena de reuniones y se regalan piropos, mientras el hambre energética de

China y los recursos rusos acercan sus economías. Pero de esas sintonías al frente militar media un océano.

AMISTAD LIMITADA Putin y Xi se encontraro­n en los arcenes de la Organizaci­ón de Cooperació­n de Shanghái, que también incluye a India, Pakistán y cuatro repúblicas centroasiá­ticas. Nació como un ambicioso contrapeso asiático a la OTAN pero la ausencia de compromiso­s militares concretos y los pleitos históricos entre sus miembros han lastrado su progreso. Algunos lo desdeñan como un irrelevant­e club de dictadores. La cumbre en Samarcanda brindó la oportunida­d a Putin de desmentir su condición de paria global y para Xi supuso el primer viaje oficial desde que surgiera el coronaviru­s.

Los vínculos sinorusos parecieron atornillar­se en aquella cumbre de Xi y Putin en vísperas de los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín. El documento de 5.300 palabras que proclamaba una amistad sin límites ni áreas prohibidas a la cooperació­n fue recibido como la confirmaci­ón de una alianza autocrátic­a contra las democracia­s occidental­es. Tres semanas después, cuando empezó la guerra en Ucrania, la alianza se dio por descontada.

La realidad subraya la distancia entre las palabras y los hechos. El pragmatism­o chino contempla muchos límites y áreas prohibidas. La colaboraci­ón militar, por ejemplo, es una anatema para Pekín, ajena a la guerra en el último medio siglo y sin ganas de romper la racha contra la OTAN. Ha exhibido una escrupulos­a neutralida­d desde el inicio, tan cercana a Moscú como a Kiev, responsabi­lizando del conflicto a la expansión de la OTAN pero aclarando que todas las soberanías, también la ucraniana, merecen respeto.

Pekín ha lamentado la indisimula­da voluntad estadounid­ense de pintarla más cerca de Moscú de lo que está, con anuncios de inmi

nentes auxilios militares y otras tácticas arteras. China ha insistido en que no es un aliado de Rusia sino un socio estratégic­o y ha extremado el cuidado para evitar malentendi­dos. Negó los repuestos a la aviación civil rusa tras el portazo de Boeing y Airbus, habló de «guerra» en lugar de «operación especial» y sus gigantes tecnológic­os han huido del mercado ruso por miedo a las sanciones internacio­nales. No encuentra Rusia más auxilio chino que las compras de crudo, poco denunciabl­es porque Europa lo compra también, y el reciente acuerdo de pagarlas en yuanes y rublos.

Son fruslerías para esa presunta «amistad ilimitada». Incluso Putin deslizó cierta desazón la pasada semana refiriéndo­se a las largas negociacio­nes por la construcci­ón de un gasoducto que conecte las reservas siberianas con China. «Nuestros amigos chinos son negociador­es duros», lamentó. «Es natural que se muevan solo por sus intereses nacionales porque es la única vía de actuar», añadió.

 ?? ALEXANDR DEMYANCHUK / SPUTNIK/ EFE ?? El presidente chino Xi Jinping (izquierda) y su homólogo ruso, Vladímir Putin, ayer en Samarcanda.
ALEXANDR DEMYANCHUK / SPUTNIK/ EFE El presidente chino Xi Jinping (izquierda) y su homólogo ruso, Vladímir Putin, ayer en Samarcanda.

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