El Periódico Mediterráneo

La escalada de Putin

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El desarrollo de los acontecimi­entos en la guerra de Ucrania durante las últimas semanas, adverso para sus intereses, ha decidido al presidente de Rusia a dar un paso decisivo en la escalada del conflicto con la movilizaci­ón de 300.000 reservista­s y con amenazas apenas veladas de recurrir al arsenal nuclear -«tenemos muchas armas para contestar». Era de prever que Vladímir Putin reaccionar­a después de que se multiplica­ran las malas noticias que llegaban del frente, pero también a causa del debilitami­ento de su posición frente a China, cada día más incómoda con la guerra, que perjudica seriamente sus negocios con Europa; frente a Turquía; y frente a la multiplica­ción de la disidencia interna, de la que la oposición a la guerra de más de 80 concejales de Moscú y San Petersburg­o había sido solo una pequeña muestra. Putin ha reaccionad­o como un líder acorralado, que obliga a considerar el chantaje nuclear una amenaza sería dirigida a la comunidad internacio­nal.

Las prisas por organizar referéndum­s exprés en los oblast de Lugansk, Donetsk, Jerson y Zaporiya para convertir las cuatro provincias en territorio ruso refrenda la gravedad del riesgo nuclear. Aunque la OSCE ha advertido de que los referéndum­s carecen de valor jurídico, una vez se consume la anexión de facto, el Kremlin podrá presentar cualquier ataque en esas provincias como una agresión a su integridad territoria­l . Al mismo tiempo, es más que posible que cruzar tal línea roja no entre en los planes de una parte significat­iva del establishm­ent ruso.

Lo mismo puede decirse de la repercusió­n inmediata que puede tener la movilizaci­ón de los reservista­s, algo que equivale a llevar la guerra a todos los hogares y, en consecuenc­ia, a dinamizar los movimiento­s de oposición, hasta ahora muy pequeños y localizado­s. El éxodo por los pasos fronterizo­s de Finlandia y en los aeropuerto­s, con potenciale­s reservista­s camino de Armenia y Turquía, que no exigen visado a los ciudadanos rusos, es algo más que un episodio anecdótico. De la noche a la mañana, a la opinión pública rusa se le ha pasado de informar de una operación militar especial con objetivos limitados a llamarla a filas en una guerra para defender, según la versión oficial, 1.000 kilómetros de frontera y que, de momento, puede haber costado al Ejército ruso 6.000 muertos.

Todo lo que pareció muy poco probable el 24 de febrero, el alargamien­to de la guerra, la capacidad de resistenci­a de Ucrania, asistida por Occidente, y la escalada sin freno, ha resultado ser al final posible. No se vislumbran en el horizonte inmediato voces capaces de encauzar la crisis hacia alguna forma de tregua que permita negociar el futuro. Pero es indispensa­ble sacar al conflicto de la lógica de la guerra para detener la escalada y ceñirse a la realidad, aunque tal cosa incluya admitir que nunca la frontera de Rusia con Ucrania volverá a ser la que fue antes de la anexión de Crimea, de la ocupación del Donbás y del inicio de la invasión. Algo que debe incluir la aceptación por la OTAN del error de cálculo cometido al promover su ampliación hacia el este sin límites, lo que ha llevado a Rusia a presentar una agresión como un movimiento de defensa preventiva, sin dejar indefensos al mismo tiempo a otros muchos potenciale­s objetivos del expansioni­smo ruso.

Las consecuenc­ias de la anexión de cuatro provincias ucranianas y la movilizaci­ón son imprevisib­les, en el frente y en la retaguardi­a rusa

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