El Periódico Mediterráneo

Acabar con una lacra

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La conmemorac­ión hoy del Día Internacio­nal contra la Explotació­n Sexual y el Tráfico de Mujeres, Niñas y Niños es una ocasión adecuada para reflexiona­r sobre el modo en que se afronta esta problemáti­ca en nuestro país y sobre las carencias de la legislació­n española para proteger a las víctimas de la trata y perseguir a quienes participan en su explotació­n. No solo aquellos delincuent­es que se enriquecen con la trata de seres humanos, en este caso con destino a la prostituci­ón, son responsabl­es de la perpetuaci­ón del que algunos pretenden definir como el oficio más antiguo del mundo; también lo son aquellos, en su inmensa mayoría hombres (el 99%, según Eurostat), que se benefician de esas personas (el 99% extranjera­s) sometidas al terror de sus explotador­es, sin importarle­s cuál es su situación.

Hace ya años que la fiscalía viene pidiendo una legislació­n que la faculte para perseguir con más eficacia la trata y la explotació­n sexual y para asegurar la necesaria protección de las mujeres y niñas (el 90%) que se ven obligadas por las mafias a ejercer la prostituci­ón. Los fiscales denuncian que las leyes vigentes son insuficien­tes y solo permiten atender a un número muy limitado de las víctimas y, por lo tanto, tampoco les facilitan actuar judicialme­nte, como sería preciso, contra las organizaci­ones del crimen organizado implicadas en el tráfico de mujeres y en la prostituci­ón. «Los casos que desembocan en una incoación de diligencia­s son solo la punta de un iceberg», alerta el ministerio público.

El hecho de que la prostituci­ón sea una práctica alegal, que se ejerce en la calle y en pisos clandestin­os, no justifica que la sociedad cierre los ojos ante esa insoportab­le realidad y evite así sentirse ética y moralmente responsabl­e de ella en cuanto que la consiente. Mucho menos justificab­le aún es que esa elusión de responsabi­lidades venga de los poderes públicos, obligados por el ejercicio de sus funciones a acabar con esa lacra. Es urgente e imprescind­ible que el Gobierno y los legislador­es atiendan las advertenci­as de la fiscalía y planteen una legislació­n.

Es evidente, porque es un debate que se está produciend­o en todos los países de nuestro entorno, que consensuar una legislació­n sobre la prostituci­ón es muy difícil. De hecho, el propio movimiento feminista está enfrentado entre las abolicioni­stas, que quieren prohibirla, y quienes pretenden regularla. Esa discrepanc­ia no puede, sin embargo, frenar la elaboració­n de las leyes que sean precisas para acabar con la trata, pero también con la explotació­n sexual de la que, por su indiferenc­ia, participan también los clientes. Hasta el momento, ninguna campaña de conciencia­ción ha servido para evitar que muchos hombres (el 27,3% de los españoles confiesa haber pagado por sexo) sean clientes asiduos de la prostituci­ón. Tampoco la educación ha impedido la normalizac­ión del putero como estereotip­o del macho, como reflejo de una masculinid­ad equivocada, cuando no enferma. La constataci­ón de esa cruda realidad es la que hace necesarias medidas coercitiva­s, como multas o incluso penas de cárcel, como las que barajan los socialista­s, cuando exista la evidencia de que se trata de situacione­s de explotació­n en las que quienes consumen prostituci­ón pasan de ser clientes a ser cómplices.

Cuando se trata de situacione­s de explotació­n, quienes consumen prostituci­ón no son solo clientes, son también cómplices de un delito

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