EEUU y la UE topan con un mundo escéptico con el castigo a Rusia
Un gran número de países rehúye las condenas a Putin y la vía punitiva de Washington y Bruselas Algunos estados aprovechan la crisis bélica para adquirir petróleo ruso con mejores precios
El mismo día en que las regiones ocupadas de Ucrania anunciaron su intención de someter a «referéndum» su anexión a Rusia, un movimiento coreografiado desde Moscú que sirvió a Vladímir Putin para movilizar al día siguiente a 300.000 reservistas en una seria escalada del conflicto, Emmanuel Macron subió al púlpito de la Asamblea General de Naciones Unidas. «Aquellos que guardan silencio hoy están de algún modo sirviendo a la causa de un nuevo imperialismo, un cinismo contemporáneo que está destruyendo el orden mundial», afirmó el presidente francés desplegando toda la indignación moral que la agresión rusa ha generado en Occidente. «¿Hay alguien aquí que pueda defender que la invasión de Ucrania no justifica sanciones?», añadió retóricamente en un discurso de alto voltaje emocional.
Nadie le respondió, como es preceptivo, pero a lo largo de la semana muchos líderes mundiales han ido dejando claro en sus discursos que la indignación moral que comparten Europa, Estados Unidos y sus aliados del mundo rico está lejos de ser universal. O, como mínimo, las ganas de enfrentarse a Rusia con sanciones y ayuda militar a Ucrania. «He venido a decirles que África ya ha sufrido lo suficiente por el peso de la historia y no quiere ser pasto de una nueva guerra fría», dijo el miércoles Macky Sall, presidente de Senegal y también de la Unión Africana, antes de abogar por una solución negociada al conflicto.
DE 140 A 12 PAÍSES Esa realidad corre en paralelo a la constatación de la influencia menguante de Occidente para imponer sus posturas en un mundo cada vez más multipolar, como se refleja en la actitud frente a las sanciones. Y es que, si bien más de 140 países respaldaron en marzo la resolución que condenaba la invasión ilegal del Kremlin, apenas una docena han secundado las sanciones propugnadas por Washington y Bruselas por violar las normas del orden internacional. «Muchos países del sur global consideran que este es un conflicto regional, demasiado lejano geográficamente
y ajeno a sus intereses», asegura el politólogo de la universidad de Nueva York Rajan Menon, autor de varios libros sobre el espacio postsoviético.
«Al mismo tiempo hay mucho más cinismo respecto a las nor
mas del orden internacional de lo que creemos porque ven que Occidente no tiene reparos en hacer excepciones con países amigos como Israel o violar esas normas cuando le interesa, particularmente EEUU», afirma Menon. Los ejemplos abundan. Desde la invasión ilegal de Irak, al programa de torturas y secuestros puesto en marcha por la CIA tras el 11-S o la intervención en Libia, donde la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU para proteger a los civiles acabó utilizándose para aplastar al régimen de Gadafi.
Es posible que Occidente lo haya olvidado, pero en el resto del mundo semejantes tropelías siguen muy vivas en la memoria colectiva. Por no hablar del colonialismo. De ahí que palabras como las que pronunció el jueves Joe Biden ante la ONU tengan una sonoridad hueca. «Si las naciones pueden perseguir sus ambiciones imperiales sin consecuencias ponemos en riesgo todo lo que representa esta institución», manifestó el presidente de EEUU pasando de largo que no hubo sanciones ni aislamiento para su país por destruir Irak sin un mandato legal.
La consecuencia es que países como la India, Brasil, Sudáfrica, México e Indonesia se han abstenido de condenar públicamente a
Rusia o adoptar la vía punitiva.
Otros como Turquía o Israel tratan de posicionarse como mediadores, mientras Arabia Saudí tardó meses en aumentar la producción de petróleo como exigía EEUU para contrarrestar a la industria rusa y abaratar los precios.
«La reacción de las distintas potencias a la guerra de Ucrania confirma que vivimos en un mundo multipolar», asegura Sven Biscop, profesor de Relaciones Internacionales del Egmond Institute y la Universidad de Gante, en Bélgica. Un mundo, a su juicio, con cuatro centros de poder: Washington, Pekín, Bruselas y Moscú. «Y al final, esas potencias persiguen sus propios intereses, por más que a veces coincidan», añade.
GASOLINERA Y GRANERO Ucrania no ha dado pie a la creación de dos bloques enfrentados y antagónicos, como sucedió durante la Guerra Fría. Entre otras cosas, porque la Rusia de Vladímir Putin no es más que una gasolinera pegada a un granero gigantesco, sin la sugestión ideológica que tuvo la URSS. «Mucha gente esperaba que China apoyara a Rusia tanto como nosotros apoyamos a Ucrania, pero no es el caso», asegura Biscop. «Pekín se ha quedado en el medio, en una postura cercana a la no-intervención y sin dejar que Rusia determine su relación con europeos y estadounidenses».
La India ha hecho algo parecido, tratando de no quemar puentes con las partes, al tiempo que aprovecha la coyuntura para comprar a espuertas hidrocarburos rusos con descuento, algo que están haciendo muchos países asiáticos, lo que reforzará la ascendencia rusa en el continente.
Y aunque desde Bruselas y Washington se esté presentando el orden mundial vigente como una confrontación entre democracias y autocracias, como hizo Von der Leyen durante su discurso del estado de la Unión, las propias inconsistencias de las primeras minan seriamente la credibilidad de su discurso. Mientras Von der Leyen decía todo aquello, los líderes europeos corrían a Qatar, Argelia o Arabia Saudí a comprar gas y petróleo. «Es hora de que abandonemos esa narrativa y apostemos por una más equilibrada», opina Biscop desde Bruselas.