Besar el pan duro

En el actual panorama económico es muy difícil pensar, siquiera atisbar, una desescalada de precios. La crisis de costes, a causa del cierre del grifo energético, nos ha encarecido la cesta de la compra y disparado las hipotecas en un alza que, según se asegura, no tendrá vuelta atrás. Una situación inédita cuyas consecuencias aún son difíciles de predecir.

Lo que sí parece claro es que, por lo general, los actuales precios –irreconocibles hace apenas un año-- no tendrán vuelta atrás. La energía seguirá siendo muy cara y la evolución de los tipos de interés podrán amortiguarse, sí; pero permanecerán muy por encima de los índices a los que estábamos acostumbrados, con valores incluso en negativo.

En esta coyuntura, la única certeza es que estamos abocados a limitar el gasto, fomentar el ahorro en un corsé financiero que hará más difícil esa inversión tan necesaria para el crecimiento.

Es otra realidad a aquella que, en días de abundancia, nos llevaba a besar el pan duro antes de tirarlo a la basura y, de este modo, limpiar nuestra conciencia más consumista. Corren otros tiempos, en los que reblandecer el chusco en la sopa será un nuevo síntoma del reaprovechamiento y la economía circular.

Los precios han venido para quedarse y, tras este vía crucis que tatúa siempre a fuego las espaldas de los más desfavorecidos, alcanzaremos la meseta de una nueva normalidad que, seguro, en nada se parecerá a aquella de la que se habló tras los peores meses del covid. Entonces hubo vacunas. Ahora, no parece.