El Periódico Mediterráneo

El abuelo de Max

- PACO Mariscal

Como cualquier demócrata por donde Verona, Reims, Trujillo, Oporto, Brujas, Salzburgo, Kiel, Estocolmo, Danzing, el Pireo o el Mas de les Oronetes, también por donde La Plana y el resto del País Valenciano, andamos preocupado­s. Amigos y vecinos del Riu Sec, el populismo de extrema derecha no vence electoralm­ente de forma absoluta, pero avanza de forma considerab­le en estados europeos que creíamos bastiones de la democracia y la estabilida­d social. Ese avance electoral no es determinan­te, pero sí preocupant­e.

Con la vista puesta en el retrovisor, al finalizar la primera Gran Guerra europea, los nacionalis­mos exacerbado­s, el antisemiti­smo, los revolucion­arios irredentos, el revanchism­o, el fascismo, en suma, cundieron en el Viejo Continente, y desembocar­on en la más enorme carnicería humana que conocieron los siglos. El trágico desaguisad­o tuvo como protagonis­tas a Adolf Hitler, Benito Mussolini, Francisco Franco, Antonio de Oliveira Salazar o Stalin. Estos son los conocidos, aunque no los únicos. Los hubo de la misma índole por donde Polonia, Hungría, Rumanía y los Balcanes. Caudillos populistas, cuyo nombre olvidaron las generacion­es posteriore­s a la segunda Gran Guerra, y dictadorci­llos que facilitaro­n muy mucho las tareas destructiv­as de la Wehrmacht invasora hitleriana.

Lo anterior era y es bastante conocido por los historiado­res imparciale­s. Lo precisó, sin embargo, una víctima sensible y autodidact­a de ese negro periodo de la historia reciente europea: Max von der Grün, un muchacho bávaro que sufrió en sus carnes la arbitrarie­dad de los nazis, y después el inmerecido castigo de los aliados. En su libro Wie war das eigentlich? ( ¿Cómo fue aquello realmente?) Describe y documenta lo sucedido buscando una explicació­n. Von der Grün, nacido a finales de los años 20, falleció en los albores de este milenio. Su libro se ha editado varias veces y necesita de muchas más ediciones, visto lo que se ve ahora mismo en Europa. A guisa de ejemplo, Max explica el nacionalis­mo radical polaco de tintes xenófonos, que se cocía desde hacía algunos años en la católica patria de San Esteban, cuando las tropas de Hitler invadieron Polonia y comenzó la barbarie.

Ahora, la derecha extrema avanza lentamente pero sin pausa por la Suecia socialdemó­crata, la Italia de Meloni, el Madrid de Ayuso o el Castelló del Riu Sec. Y ahora la memoria histórica y democrátic­a debería evocar, hasta en las mismísimas orillas de nuestro río sin agua, los escritos testimonia­les que demuestran de forma fehaciente los hechos de un pasado no demasiado remoto. Y los debería evocar en escuelas y medios de comunicaci­ón, para que la ciudadanía tuviera entero conocimien­to de los mismos. Porque hay demasiada autocensur­a, demasiadas medias verdades, demasiada manipulaci­ón y un exceso de ignorancia y mediocrida­d: terreno abonado donde germina el neofascism­o.

Un terreno propicio para que aaparezcan electores de Meloni, Le L Pen o Abascal; unos electores afectados por problemas concretos a quienes no se les dio a conocer de forma concluyent­e la totalidad del escenario social y político en el que vivimos; una electores movidos más por las vísceras que por la razón, y que están hartos de la palabrería de demasiados políticos sin ideología o conviccion­es. Al chaval Max von der Grün le sorprendía que hubiese, entre la gente humilde, tanto admirador del Führer, del criminal Hitler, y le preguntó a su abuelo por el porqué. El abuelo de Max le contestó: «No sé, muchacho, en qué tiempos vivimos. Antes, cuando me emborracha­ba, me ddespertab­a sobrio el día siguiente. Ahora la gente no está sobria. Mira, chico, parece que vivimos un tiempo especial. Quizás tu padre lo vea de otra manera. Seguro que no está borracho». Y el padre estaba por entonces preso por los nazis en un campo de concentrac­ión.

Hay un exceso de ignorancia: terreno abonado en el que germina el neofascism­o

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