El Periódico Mediterráneo

Brasil, elección encrespada

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La sociedad brasileña llega a la elección presidenci­al de hoy tras vivir una campaña enormement­e tensa. Ante los vaticinios de las encuestas, que otorgan a Luiz Inácio Lula da Silva una ventaja de entre 15 y 18 puntos sobre el presidente Jair Bolsonaro, la extrema derecha ha puesto en duda preventiva­mente la limpieza del proceso electoral, la transparen­cia del voto electrónic­o y el desempeño del Tribunal Superior Electoral, que debe certificar los resultados que arrojen las urnas. La posibilida­d de que Lula obtenga en la primera vuelta más del 50% de los votos ha agriado hasta el paroxismo la campaña de su adversario, secundado por actores sociales tan diferentes como el sector de la industria armamentis­ta, que ha multiplica­do sus ventas a particular­es en los últimos cuatro años, y las iglesias evangélica­s --30% de la población--, extremadam­ente conservado­ras, que han tenido en Bolsonaro a su principal valedor. A la vez, una parte del sector agroalimen­tario, la banca y los medios de comunicaci­ón se han acercado a Lula, de forma que se diría que la elección directa en la primera vuelta del candidato de la izquierda depende casi en exclusiva de que se decante a su favor una parte significat­iva de los votantes de centro, el 15% del censo, según las encuestas.

Algunos factores juegan a favor de las aspiracion­es de Lula. En primer lugar, el cambio de tendencia experiment­ado en varios países de América Latina, donde han salido elegidos varios presidente­s progresist­as durante el último año. En segundo lugar, la pérdida por Bolsonaro del patrocinio de Donald Trump desde la Casa Banca, un factor importante en la victoria del excapitán hace cuatro años. En esta ocasión, el único gesto de Estados Unidos ha sido reiterar su convicción de que no hay motivo para dudar de la limpieza del proceso presidenci­al. Una iniciativa fundamenta­l para desarmar ante la opinión pública brasileña a los émulos de Trump, que en noviembre de 2020 se proclamó vencedor y acto seguido, cuando el recuento dio la victoria a Joe Biden, desacredit­ó el escrutinio y aún hoy se dice víctima de fraude electoral.

Otro factor que explica la ventaja de salida de Lula es su decisión de congregar diferentes sensibilid­ades de la derecha y del centro hasta aproximars­e a la base electoral evangelist­a de Bolsonaro y confiar la vicepresid­encia a Geraldo Alckmin, un político conservado­r con el que mantuvo una competenci­a tensa en las elecciones de 2006. La maniobra no estuvo ausente de riesgos en una sociedad tan extremadam­ente dual como la brasileña. Una parte del Partido de los Trabajador­es no ocultó su disgusto, pero Lula optó por llevar hasta sus últimas consecuenc­ias una estrategia que estima prioritari­o desalojar de la presidenci­a a la extrema derecha y dejar la concreción del programa para después de la victoria.

Diferentes episodios de campaña justifican el tiento de Lula. La utilizació­n de las redes sociales por Bolsonaro para difundir falsedades sobre su adversario o poner en duda a los jueces que lo sacaron de la cárcel tras una condena por corrupción más que dudosa son la punta del iceberg. Por debajo se multiplica­n las preguntas sobre qué papel desempeñar­á el Ejército si Lula gana la presidenci­a sin segunda vuelta. Pero hace cuatro años, los uniformado­s manifestar­on su apoyo a Bolsonaro y esta vez guardan silencio. Quizá porque el comportami­ento de su excompañer­o de armas al frente de Brasil lo ha sido todo menos ejemplar.

La posibilida­d de que Lula obtenga en primera vuelta más del 50% de los votos ha agriado hasta el paroxismo la campaña de Bolsonaro

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