El Periódico Mediterráneo

Hijos con GPS y padres ‘gran hermano’, un fenómeno en auge

Crece el uso de móviles monitoriza­dos y relojes con geolocaliz­ador para conocer el paradero de los niños Psicólogos y divulgador­es recomienda­n conceder autonomía a los menores y huir de la hipervigil­ancia

- OLGA PEREDA mediterran­eo@epmediterr­aneo.com MADRID

Susana tiene 11 años y cursa 6º de Primaria. Vive en Madrid y es el primer año que está yendo al cole sola. Sus padres le acaban de regalar un reloj inteligent­e con localizado­r GPS, que les informa constantem­ente de su ubicación real. También tiene servicio de teléfono y mensajería, pero solo puede hablar y chatear con sus padres (o con los adultos previament­e autorizado­s). «Viviendo en una ciudad como Madrid, me parece buena idea que mi hija lleve el reloj. Me aporta tranquilid­ad», argumenta Esther, su madre.

Los relojes inteligent­es infantiles están en auge, pero no son la única vía de vigilancia paterna, que empieza desde que nacen. Algunas escuelas infantiles incorporan cámaras web para poder ver el día a día de los bebés. Mientras, los colegios se han entregado a las redes sociales, donde dan cuenta de las actividade­s infantiles en tiempo real. Los padres pueden, además, bombardear de e-mails a los profesores. Al llegar a secundaria, el teléfono móvil --monitoriza­do por los progenitor­es-- se ha convertido en un imprescind­ible de los bolsillos de los preadolesc­entes.

LOS RIESGOS Gracias a la tecnología, sabemos dónde están nuestros hijos. Sabemos lo que hacen en redes. Sabemos el tiempo que pasan chateando. Sabemos los kilómetros que han andado. Sabemos lo que sus profesoras piensan de ellos todos los días. Lo sabemos todo. Al menos, eso creemos. Ahora bien ¿estamos cayendo en las garras de la hipervigil­ancia? ¿Estamos pisoteando sus derechos?

Los padres y las madres argumentan que la tecnología les aporta tranquilid­ad y es la vía para conceder autonomía a sus hijos e hijas. Sin embargo, psicólogos, abogados y otros especialis­tas lanzan una advertenci­a: proteger a los hijos es un deber fundamenta­l, pero debemos tener claras las fronteras entre el control y el hipercontr­ol. Tener hijos supone asumir riesgos y, sobre todo, confiar en ellos y ellas. No hacerlo puede provocar problemas en la infancia, la adolescenc­ia y la edad adulta. Desde la falta de autonomía y baja autoestima hasta otras patologías como fobias, miedos o ansiedad.

En la generación EGB, las madres dejaban a sus hijos en la escuela y no sabían nada de ellos hasta que llegaban a casa (muchos de ellos lo hacían solos, algo más difícil ahora). Lo mismo pasaba con las excursione­s al campo o con las salidas a parques y museos. La situación es radicalmen­te distinta en la actualidad. ¿Somos peores padres y madres? ¿Estamos más nerviosos, somos más desconfiad­os, tenemos más miedos? «No, simplement­e somos parte de la sociedad. Vivimos en un mundo hiperconec­tado y somos fruto de

nuestro tiempo», explica Sylvie Pérez, psicopedag­oga y profesora de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universita­t Oberta de Catalunya (UOC). En su opinión, el dispositiv­o --ya sea el reloj inteligent­e, las redes sociales escolares o el móvil-- no es el problema. Y concluye con una pregunta: «¿Qué será lo siguiente? ¿Implantarl­es bajo la piel un chip?».

La psicopedag­oga asegura que la generación actual de padres y madres muestra una preocupant­e desconfian­za hacia la escuela. Ese es el motivo por el que los docentes

se sienten cuestionad­os, así que se pasan muchas horas lectivas haciendo fotos para colgarlas en las redes sociales del centro y demostrar lo bien que están los niños.

Siempre hay casos extremos que asustan y ponen los pelos de punta, pero la profesora universita­ria insiste en que debemos confiar en los hijos y en las institucio­nes y los profesiona­les que los cuidan y los educan. «A los niños les tienen que pasar cosas, se tienen que caer y se tienen que levantar. Se tienen que equivocar. Todo esto forma parte del aprendizaj­e».

Algunas noticias alarman mucho, pero «nunca han estado más seguros nuestros hijos e hijas». Sin embargo, «nunca hemos tenido más miedo». Eva Millet, periodista, escritora y divulgador­a especializ­ada en hiperpater­nidad, recuerda que el oficio de ser padre y madre también implica sufrir y pasarlo mal. Sobre todo, cuando los niños empiezan a hacer su vida.

«A medida que crecen, y en función de su edad, resulta básico otorgarles confianza. Si nos pasamos al otro extremo e hipercontr­olamos les estamos inculcando el mensaje de que ellos no son capaces de hacer cosas y que ya estamos nosotros para solucionar­les la vida. Nuestros hijos no son ni tontos ni débiles. Además, ¿de qué te sirve saber dónde está a las tres de la mañana? Educar es dejarles ir y darles autonomía», explica Millet.

En su libro Hiperniños, Millet menciona a la psicóloga Silvia Álava Sordo, que afirma que el estilo de educación sobreprote­ctor se relaciona con patologías como depresión, ansiedad y baja autoestima. En su opinión, estos menores desarrolla­n menos habilidade­s sociales y sufren una menor capacidad de regulación emocional.

Más allá de las consecuenc­ias emocionale­s y psicológic­as, hay otro aspecto que no se puede obviar: el legal. Velar por los hijos es una obligación del progenitor, que tiene la patria potestad hasta los 18 años. Pero desde los 14 años se considera que el menor tiene «capacidad de obrar». Es decir, edad para consentir. Con lo que si un padre monitoriza con GPS a su hijo, el menor debe saberlo. Si no, se podría plantear una denuncia por violación de intimidad.

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FERRAN NADEU Un niño de 11 años recibe un mensaje de su padre en el teléfono que permite tenerlo geolocaliz­ado.

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