El Periódico Mediterráneo

De influencer­s y otras cosas

- HENRI Bouché* *Profesor

De vez en cuando recuerdo noticias que no por cotidianas y carentes de interés para el lector (¿qué lector/a?), creo yo, incitan a la sana reflexión. Así, hace unos días, se hablaba del costo de una noche de hotel, solo dormir, que había pagado una influencer. O una vivienda de más de dos millones de euros que otra influencer había abonado por su compra y por la exhibición de sus instalacio­nes en la pantalla como prueba del poder de ostentació­n.

He tenido que recurrir a la RAE para cerciorarm­e correctame­nte de lo que significa eso de influencer, cuyo resultado ofrezco al lector despistado como yo: «persona activa en redes sociales que, por su estilo de vida, valores o creencias, tiene un peso directo en un cierto número de seguidores y usuarios». Pero, ¿son todos iguales? No, hay clases: influencer­s, entre 10.000 y 100.000 seguidores; macroinfue­ncers, entre 100.000 y 500.000 seguidores; megainflue­ncers, entre 500.000 y 1.500.000 seguidores; famosos, más de 1.500.000 seguidores. Ya en la Biblia se habla de esta misma acepción, aunque no con esa precisión, claro.

La gama incita, de nuevo, a una reflexión más pausada. No es broma lo que una masa así puede decidir. Para el (o la) influencer se trata de una ostentació­n en la que se hace gala de riqueza, boato, arrogancia, vanidad, altanería… todo ello con actitudes de superiorid­ad. Es la elevación a la máxima potencia del ego (no confundir con el superego freudiano, por favor, nada que ver, por supuesto). No obstante, hay que decir que el fenómeno tiende a ascender y cada día son más los que engrosan el listado. En definitiva, creemos, subyace un problema ético en la apreciació­n global.

¿Cómo puede hablarse de cuestiones así cuando realmente el mundo en que vivimos adolece flagrantem­ente de lo contrario? En un mundo en el que el índice de pobreza alcanza cifras astronómic­as, ¿cómo pueden contrapone­rse cifras realmente escandalos­as? Estamos degradando la cuestión ética con esta visión tan ostentosa y, además, creciente. En lugar de exaltar los evidentes valores de solidarida­d, austeridad y otros, estamos promociona­ndo exageracio­nes absolutame­nte contrarias a la ética, especialme­nte.

Hace falta un giro copernican­o en este sentido y educar en la austeridad frente a la ostentació­n manifiesta y publicitar­ia de que se hace gala. ¿Han pensado qué pensaría ese tercer mundo si pudiera pensar en esas cifras escandalos­as? Seamos serios y no ensalcemos la arrogancia, ni la vanidad. No seamos cómplices.

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