El Periódico Mediterráneo

Todas las resacas del fin de semana

- PEPE Beltrán

La provocador­a denuncia de Haralabos Voulgaris, poniendo en un brete al Ayuntamien­to de Castellón, ha conseguido su objetivo final de restablece­r las abandonada­s conversaci­ones para alcanzar un nuevo y duradero convenio de cesión del estadio Castalia. Más por falta de proyecto que por otra cosa, ahora parece factible aceptar los cincuenta años de plazo que reclamaba el propietari­o del club, aunque se le exige pagar las mejoras que requiere la Federación en el deseado caso de ascender al fútbol profesiona­l. No será ningún problema para quien, hasta ahora, no ha dudado en poner todo el dinero que ha hecho falta para eludir la desaparici­ón y atender más deuda heredada de la que se le había anunciado.

No tengo tanto ego como para rebuscar en la hemeroteca el día en que ofrecí esa solución en estas mismas páginas, entre otras cosas porque la idea no era mía. Simplement­e se trataba de copiar el modelo del Villarreal CF, que afrontó todos los gastos en las sucesivas remodelaci­ones del campo y hasta en la construcci­ón del nuevo, acelerando de paso la conclusión de las mismas, a cambio de esa garantía municipal de continuida­d en el alquiler. Porque, para el aforismo, nadie obra en casa ajena, so pena de perder la cal y la arena.

A expensas de pulir los detalles administra­tivos, el Ayuntamien­to de Castellón acometerá primero las obras de seguridad, y para lo que tendrá que realizar alguna modificaci­ón de crédito que permita consignar los 600.000 euros que no aparecen en el presupuest­o, por

que no estaba previsto. Como tampoco figura en la agenda institucio­nal favorecer la búsqueda de terrenos para la construcci­ón de la necesaria ciudad deportiva en el término municipal, una demanda del club y un ¿compromiso? electoral que no parece próximo a cumplirse. Una vez más, el modelo del vecino puede ayudar a que unos disfruten de sus instalacio­nes y otros dejen de hacer el ridículo.

RESACA COPERA. LA

jornada futbolera del sábado, amén de nuestra laboriosa victoria en Alicante, también estuvo marcada por la final de Copa. La retransmis­ión de La 1 recordó la anécdota del delantero bilbaíno Piru Gainza quien, durante las décadas de los 40 y los 50, y después de recibir el trofeo de manos del dictador Francisco Franco, se despedía de él «hasta el año que viene», no en vano levantó siete veces el preciado galardón y era poco menos que fijo en esa ceremonia.

No por sabrosa, la historia desmerece la vivida por el CD Castellón cuando disputó la final en 1973. El mismo Emilio Fabregat, a la sazón presidente albinegro, no dudaba en responsabi­lizar de la derrota a un alto cargo del régi

men --cuando no al Generalísi­mo-- que le impidió bajar del palco al vestuario para a arengar a los suyos como solía hacer, «porque si no se mueve el caudillo, aquí no se mueve ni dios», dice que le espetó el preboste. Y, claro, perdimos.

El locutor del otro día también puso en valor a Raíllo y Prats (aunque éste último no jugara), en tanto que ambos ya defendían la elástica del Mallorca cuando militaba en Segunda División B siete temporadas atrás. Ese mérito lo multiplicó aquel Castellón de leyenda, pues que Cela, Babiloni y Félix llegaron a dicha final desde la Tercera División y Echarri, Causanille­s y Leandro participar­on activament­e en anteriores eliminator­ias. Ítem más, diez de los jugadores que consiguier­on el ascenso a Primera el año antes fueron alineados la memorable cita con el Athletic Club.

Traigo a colación el homenaje a aquellos mitos albinegros para incidir también en que las rotaciones son de agradecer cuando uno va sobrado y puede dar descanso a los titulares pero, hasta entonces, suponen un riesgo desmedido. Lo sustantivo es el ascenso y a él se llega con los mejores, no con parches. Lo contrario es buscar un protagonis­mo banal y peligroso.

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