El Periódico Mediterráneo

Tailandia cierra a cal y canto el juicio contra Daniel Sancho

El juez decreta el veto a la prensa, la imposibili­dad de grabar y amenaza con cárcel por filtrar informació­n El padre del acusado, Rodolfo Sancho, es una de las 10 personas que asiste a la primera sesión

- ADRIÁN FONCILLAS mediterran­eo@epmediterr­aneo.com PEKÍN

Tailandia ha cerrado el candado al juicio más mediático. La treintena de periodista­s españoles desplazado­s hasta Koh Samui sufrieron la canícula a las puertas del tribunal que desde ayer juzga a Daniel Sancho por el presunto asesinato de Edwin Arrieta. El juez al cargo ha diseñado un blindaje sin grietas: vetó a la prensa en su sala, confiscó los teléfonos móviles y otros dispositiv­os electrónic­os a los presentes y amenazó con penas de prisión o deportacio­nes a los que filtren informació­n. Ni siquiera está permitido tomar notas, con la única excepción de abogados y fiscales.

No es habitual la medida en la casuística judicial tailandesa ni parece sensato un juicio a puerta cerrada cuando desde España se ha puesto en duda a las institucio­nes tailandesa­s más honorables desde que trascendió el crimen. Depende de la discrecion­alidad del tribunal y ha pesado más el miedo al circo mediático y el hastío por la pertinaz presencia de la prensa española que el pasado año ya lamentaban fuentes judiciales, policiales y penitencia­rias. Apenas una decena de personas asistieron a la apertura de la fase oral. Entre ellos estaba Rodolfo Sancho, padre del acusado, pero

no su madre, la analista de inversione­s Silvia Bronchalo. El célebre actor ocupó un banco situado detrás de su hijo, quien contó con la traducción de una intérprete por videoconfe­rencia, según Efe.

A los abogados solo se les permite que compartan las «valoracion­es generales de cómo se está desarrolla­ndo» el proceso. Mitiga la

SOLO VALORACION­ES GENERALES

hambruna informativ­a que en esa sala confluyan dos letrados ávidos de focos. Marcos GarcíaMont­es, defensor de Sancho y asiduo a los platós televisivo­s durante décadas, ha encontrado a un rival de altura en el joven Juan Gonzalo Ospina, representa­nte de la familia de la víctima. Los retales de la crónica jurídica llegaron de él. Fue «escalofria­nte» la visión de Sancho encadenado de pies y manos, compartió Ospina con la prensa en las instalacio­nes judiciales. Lo vio muy seguro y tranquilo y «sin ninguna muestra de arrepentim­iento».

La sesión comenzó a las 9.45 horas (4.45 en España) y concluyó nueve horas más tarde con una de descanso para el almuerzo. Tras los alegatos iniciales desfilaron los primeros testigos convocados por el fiscal, Jeerawat Sawatdicha­i. Inició la jornada la inmigrante birmana que dio con los restos de la víctima en una bolsa mientras rebuscaba entre la basura de un vertedero de Koh Pangán, la vecina isla donde se cometió el crimen, y la siguió la mujer que alquiló la moto en la que Sancho condujo al cirujano colombiano al hotel. No trascendió su testimonio, pero la intriga es mínima porque ambas son ya célebres tras las innumerabl­es entrevista­s concedidas a la prensa española.

Después desfilaron los empleados de los dos hoteles en los que pernoctó Sancho desde que llegó el 30 de julio a la isla. La Fiscalía intenta demostrar la premeditac­ión del crimen frente a la muerte accidental en una pelea que sostiene la defensa. Ahí radica el océano entre la pena de muerte o una larga temporada entre rejas y una sentencia corta que permita la rápida extradició­n a España.

PREMEDITAC­IÓN O ACCIDENTE

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SITTHIPONG CHARIENJAI / EFE Rodolfo Sancho, ayer a la salida del juzgado de Koh Samui.

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