El Periódico Mediterráneo

Distintas formas de leer un libro

- CALEIDOSCO­PIO JULIO LLAMAZARES Julio Llamazares es escritor y guionista

Me perdonarán los lectores que hoy escriba de algo que me concierne personalme­nte. Si lo hago no es por eso, es porque me parece una forma ejemplar, en esta semana en la que hemos celebrado el Día del Libro, de cómo enseñar a los adolescent­es a leer sin torturarlo­s con tediosas lecciones. En un pequeño Instituto de León (el más pequeño de la provincia según parece), una profesora de Literatura y Lengua que llevaba a sus alumnos a leer mi novela Distintas formas de mirar el agua a la orilla del río en el que se desarrolla y la compañera de Música, con la colaboraci­ón de otros profesores, crearon una ruta literaria en la que los personajes de mi novela salen al encuentro de los lectores, tanto los profesores y alumnos del instituto como cualquiera que quiera hacerla.

El eco de la montaña, que así se llama la ruta, pasó de esa manera de ser un proyecto pedagógico heredero del espíritu de la Institució­n Libre de Enseñanza, esa institució­n tan vilipendia­da durante décadas por el franquismo, a una ruta turístico-literaria en la que lo paisajísti­co y lo narrativo se funden en una sola cosa como la naturaleza y la imaginació­n mientras se recorre. Que es lo que les sucede cada abril al centenar de alumnos y profesores de diferentes institutos de la provincia leonesa que cada año participan en un congreso de Literatura y Naturaleza que con el nombre de Liternauta­s organizan aquella profesora de Literatura que llevaba a sus alumnos a leer mi novela junto al río Porma y otra antigua compañera del instituto de Boñar, esta de Biología, y que tiene como una de sus actividade­s el recorrido de la ruta El eco de la montaña posiblemen­te en el mejor momento del año.

Como en las tres ediciones he sido invitado a participar en el recorrido (y a hablar a alumnos y profesores frente a las ruinas de Utrero, una de las ocho aldeas que destruyó el embalse del Porma, junto al que se desarrolla la acción de Distintas formas de mirar el agua), puedo dar fe del interés de unos estudiante­s que en situación normal ni me escucharía­n, o lo harían por obligación, por una novela que, más allá de ella, les muestra que la literatura y la vida no son cosas excluyente­s e igual la naturaleza y el relato de la historia y las historias de la gente. Al final, cuando vuelven a sus clases, todos esos alumnos lo hacen ya sabiendo que leer no es algo que hay que hacer por obligación sino una puerta hacia la felicidad.

Todo lo relatado no lleva más trabajo que el normal de un profesor si se tiene vocación e ilusión por enseñar y se puede hacer sin necesitar muchos medios. Lo que he contado ha surgido de un instituto público de un pequeño pueblo gracias a la pasión de sus profesores. Al margen de que yo sea el escritor favorecido por su entusiasmo en este caso concreto, creo que toda la literatura lo es, pues el trabajo de esos profesores es un ejemplo de cómo se pueden hacer las cosas cuando se ama la profesión de enseñar. Hace ya más de 100 años, Francisco Giner de los Ríos, el fundador de la Institució­n Libre de Enseñanza y para el que el problema de España era sobre todo un problema de educación (yo añadiría que lo sigue siendo), escribió: «Transforma­d las antiguas aulas. Enseñad a vivir, no sólo a estudiar. Un día de campo vale por un día de clase».

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