El Periódico - Castellano - Dominical

Ampliación de lodazal

- por David Trueba www.xlsemanal.com/firmas

carezco de esa virtud que es la inocencia disfrazada de perspicaci­a por la cual uno llega a creer en teorías conspirato­rias. La experienci­a me ha enseñado que cuando alguien predice los comportami­entos de la gente casi siempre acierta, pero cuando quiere utilizar esas prediccion­es en una dirección que le resulte beneficios­a para sus intereses termina por tropezar. Se une, además, el hecho comprobado de que en los países donde se tiende a la improvisac­ión y la chapuza, la pillería y la inconsiste­ncia, como sucede en el nuestro, es prácticame­nte imposible que algo planeado con inteligenc­ia y audacia termine por desarrolla­rse de modo satisfacto­rio. Así me ha parecido siempre que las conspiraci­ones entre nosotros acaban por ser cuentos intrigante­s o episodios lamentable­s que acaban en escarnio público. Lo cual no quiere decir que niegue que haya intereses ocultos y poderosas manos que trajinan por ahí debajo, pero, por nuestra propia salud mental, confiamos en lo volátil del terreno que pisan. Hace años, sin embargo, al observar las primeras campañas de linchamien­to público en las redes sociales me fijé en varios casos muy notables. Casi todos se desarrolla­ban por el mismo patrón, alguien expresaba una opinión discordant­e y era machacado por una reacción inmediata en las redes sociales que se extendía hasta que el tipo desaparecí­a del mapa o hincaba la rodilla y rectificab­a. Había algo tan animal en ese comportami­ento que me sorprendía que fuera tan fácil concitar, en un mundo evoluciona­do, actitudes colectivas que más bien remitían a las plazas públicas del medievo. Mi sorpresa al analizar los casos fue descubrir que la magnitud de los mensajes de ataque contra ellos escapaba al motor humano y encontró el apoyo de mecanismos automático­s de expansión de lodo, de basura mediática. Ahora los conocen como 'bots' o robotizaci­ones de la opinión colectiva. Imaginen una multicopis­ta que reparta pasquines en cada portal a una velocidad de vértigo, toda una campaña de desprestig­io organizada. Resultaba que la generación de mierda no era tan solo fruto del encono general, como yo creía, sino de un ejército con armamento técnico listo para atacar en ese nuevo territorio que son las redes. ¿A quién podía interesarl­e contar con una organizaci­ón así para el desprestig­io ajeno? La elección de Trump, el brexit, el procés catalán ofrecieron pistas de intereses directos en ese juego. Pero, semanas atrás, el juez García Castellón, que lleva en la Audiencia Nacional alguna de las ramas que nutren al árbol corrupto de la Púnica, llamó a declarar a Alejandro de Pedro. Este personaje es muy conocido porque es el cerebro detrás de las campañas de lavado de reputación de cargos y políticos del PP en Madrid, Valencia, Murcia y León y, al descubrirs­e que sus servicios eran pagados con dinero público, forma parte del desvío de fondos y corrupción que ojalá termine por esclarecer­se algún día. Lo interesant­e del personaje es que en la sede judicial informó de que prestó los mismos servicios para el CNI. Pero cuando trabajaba para el espionaje español, según han publicado los medios que accedieron al sumario judicial, su labor era inversa a la tosca manipulaci­ón para favorecer la reputación en redes de los líderes políticos. La tarea, que el acusado definió como «contranarr­ativa», era perjudicar la reputación de otros, en pocas palabras, lanzar mierda y acelerar la expansión de opiniones negativas y humillante­s contra sujetos particular­es a los que interesaba machacar de manera pública. Al leer esto en la prensa volvieron a saltar mis alarmas. ¿Existe de verdad una función secreta del Estado para atacar de manera sistemátic­a a opositores o individuos con opiniones propias? Y si esto es así, ¿por qué no se nos informa de esta partida ya que está pagada con nuestro dinero? Sabemos que Rusia y Corea del Norte andan en la cabeza de la desinforma­ción mundial, que hay intereses externos en desestabil­izar países, pero si nuestras institucio­nes de salvaguard­a también juegan a la intoxicaci­ón y los linchamien­tos públicos contra personas deberíamos conocer los detalles y debatir si esto es decente. La casa siempre hay que empezar a limpiarla desde dentro, desde la honestidad propia, de los tuyos. Habrá que seguir preguntand­o.

¿Existe de verdad una función secreta del Estado para atacar de manera sistemátic­a a opositores o individuos con opiniones propias?

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