El Periódico - Castellano - Dominical

¿Por qué hacen esto?

- POR PHILIP BETHGE

El ser humano es el único animal que mueve su cuerpo al ritmo de la música. ¿Es una casualidad evolutiva o una genialidad que nos ha hecho triunfar como especie? Los científico­s buscan respuestas.

Como especie, los humanos bailamos desde la noche de los tiempos,

ya fuera para invocar fertilidad, lluvias, una larga vida, suerte en la caza o en la batalla o por el simple placer de movernos. Bailar cautiva, seduce, arrastra. Genera vínculos entre las personas. Además, también es bueno para la salud, puede aliviar dolores crónicos y la depresión. Pero ¿por qué el ser humano es el único animal que baila? ¿Es una casualidad evolutiva o ha sido un elemento necesario para el triunfo del Homo sapiens como especie? Los científico­s han descubiert­o, por ejemplo, que el ritmo ejerce un poderoso efecto en los recién nacidos. Mediciones de las corrientes cerebrales han desvelado que los bebés esperan el siguiente pulso de un ritmo. Por su parte, científico­s de la Clínica de la Charité de Berlín han descubiert­o que los niños empiezan a bailar siguiendo la música a los diez meses, es decir, mucho antes de que sean capaces de hablar. Por tanto, parece que estamos hechos para bailar. Pero la ciencia sigue sin tener claras cuestiones tan fundamenta­les como por qué el ritmo se adueña de nuestras extremidad­es o de dónde surge ese comportami­ento tan inusual.

U NA C ACATÚA P ODRÍA APORTAR AL G Ú N DATO

Una cacatúa de moño amarillo y blanca como la nieve está asombrando a los científico­s. Se llama Snowball y sus vídeos en YouTube los han visto millones de personas. La cacatúa mueve el esqueleto al ritmo de Queen o de los Backstreet Boys. El neurocient­ífico norteameri­cano Aniruddh Patel –que se dedica a investigar la capacidad del ser humano de percibir el ritmo– no podía creerlo cuando se topó en Internet con el caso de la cacatúa. «Me quedé con la boca abierta», recuerda. Antes de conocer a esta cacatúa, Patel ya sospechaba que la percepción del ritmo podría estar relacionad­a con la capacidad de reproducir sonidos. Los humanos somos capaces de llevar a cabo esta «imitación vocal» y los papagayos también. La cacatúa bailarina, por tanto, parece confirmar la hipótesis del doctor Patel. Y no es el único ejemplo: se han encontrado otros casos de papagayos amigos de mover la cabeza al ritmo de la música. Por otro lado, ni perros ni gatos saben seguir un ritmo, aunque muchos dueños afirmen lo contrario. «Bailar exige un cerebro preparado para reproducir sonidos complejos», concluye Patel. Para comprobar esta hipótesis, los científico­s están estudiando a otras especies animales. En el Centro de Acogida y Estudio de Focas de Pieterbure­n (Holanda), Andrea Ravignani –investigad­or cognitivo de la Universida­d Libre de Bruselas– estudia si las focas, capaces de imitar sonidos, también lo son de acompasar sus cuerpos. De momento, no lo tiene claro. Al igual que la cacatúa Snowball, la

Los bebés se mueven siguiendo la música a los diez meses, mucho antes de saber hablar o cantar

foca california­na Ronan también se ha hecho famosa por un vídeo de YouTube en el que mueve la cabeza al ritmo de la música. Sin embargo, no lo hace de forma espontánea. Su entrenador necesitó año y medio para enseñarle. ¿Es solo cuestión de echarle horas o hay cierta predisposi­ción? «Todavía no lo sabemos», reconoce Ravignani. Lo que sí han descubiert­o ya los investigad­ores es que hay seis patrones rítmicos universale­s que parecen agradar especialme­nte al ser humano independie­ntemente de sus lugares de origen. Entre esos ritmos figuran, por ejemplo, los compases dos por cuatro y tres por cuatro. Además, a las personas en general les gusta que los ritmos contengan motivos fácilmente reconocibl­es, que se repitan con frecuencia. Ravignani ha investigad­o el asunto del ritmo con una serie de experiment­os. En uno de ellos dividió a sus voluntario­s, todos ellos sin formación musical, en grupos de ocho y les pidió que se repitieran, uno a otro, series totalmente arrítmicas de golpes de tambor generados por ordenador, de una forma similar a la del juego del teléfono escacharra­do. El resultado: al cabo de pocas repeticion­es, del caos surgían ritmos reconocibl­es. Conclusión: el ritmo está profundame­nte arraigado en nuestro cerebro. Pero para que la música despliegue esa capacidad de arrastrarn­os, de hacernos bailar, necesita algo más: «Un ritmo tiene que ser predecible y al mismo tiempo capaz de sorprender», añade el investigad­or. Los músicos llaman groove a ese ritmo que se te mete en el cuerpo. El neurocient­ífico norteameri­cano Petr

Los científico­s han descubiert­o que hay seis patrones rítmicos universale­s. Uno de ellos es el dos por cuatro

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