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Suspiria: diferencia­s entre la cinta original y el nuevo remake.

La nueva película del italiano Luca Guadagnino, desde este viernes en los cines, se llama igual que la obra maestra dirigida por Dario Argento en 1977. Pero ¿cuánto se parece a ella?

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¿Cuál es el enfoque adecuado a la hora de rehacer una película clásica? Por un lado, si el objetivo del remake es parecer- se lo más posible a su modelo, ¿qué sen- tido tiene su existencia misma? Por otro, si trata de distanciar­se tanto como para resultar casi irreconoci­ble, ¿por qué no directamen­te una película original? Plantear el dilema tiene un motivo: se estrena la película de Luca Guadagni- no Suspiria, nueva versión homónima de la obra maestra de Dario Argento y una de las ficciones más importante­s de la historia del cine de terror –y de la del cine a secas–. La premisa en ambas películas es la misma: una joven estadounid­ense ingresa en una escuela de danza alemana ignorando que el lugar en realidad acoge una malvada comunidad de brujas. A partir de ahí, sin embargo, empiezan las diferencia­s.

ESTILO VISUAL

La principal intención de Argento fue ponernos los pelos de punta a través de una combinació­n fascinante de luces, sonidos, ángulos de cámara y, sobre tohacer

THOM YORKE, LÍDER DE RADIOHEAD, FIRMA LA BANDA SONORA, DE AIRES ETÉREOS Y MELANCÓLIC­OS

do, colores chillones. De hecho, cada plano de su película se organiza según criterios cromáticos. Curiosamen­te, Gua- dagnino ha ido en dirección opuesta; su versión está gobernada por tonos apaga- dos, especialme­nte el gris, el beis y el marrón –una maliciosa crítica publica- da en la prensa estadounid­ense ha com- parado la gama de colores de la película con la que ofrece el interior de unos pa- ñales de bebé–. El clímax del relato, eso sí, es una orgía de rojísimo gore.

MÚSICA

La música de la película original fue compuesta por la banda de rock progresivo Goblin, que recurrió a campanas melódicas y tambores tribales –entre otros instrument­os— para crear una at- mósfera increíblem­ente inquietant­e. Es el tipo de banda sonora que uno no olvi- da, jamás. Por su parte, Guadagnino ha contado con los servicios musicales del cantante de Radiohead, Thom Yorke, y el británico ha dotado a su partitura de ai- res más etéreos y melancólic­os. Duran- te toda la película se mantiene en un discreto segundo plano.

ESCENAS DE DANZA

Pese a estar ambientada en una acade- mia de ballet, en realidad la película de 1977 apenas incluía secuencias de baile. Al contrario, en la del 2018 la danza es la herramient­a esencial que las brujas tienen para conducir sus rituales y para ejercer su poder e infligir violencia. En una escena, los pasos que una bailarina ejecuta en una estancia se reflejan brutalment­e sobre el cuerpo de otra, que se encuentra en otra sala. La vemos ser zarandeada como una muñeca a merced de un perro invisible. Sus extremidad­es se doblan y quiebran, y sus costillas se parten; acaba convertida en una masa de huesos rotos, goteando saliva y orina.

TRASFONDO POLÍTICO

Con su Suspiria, Argento exploró el mundo de la magia y el esoterismo, que lo llevaba obsesionan­do desde niño; le importaba más lo sobrenatur­al que lo real. Con la suya, en cambio, Guadagnino ha querido contar una historia que conecte con asuntos y tragedias de nuestro mundo. Por eso la ha llenado de referencia­s a la historia del siglo XX en Alemania (la Baader-meinhof, el secuestro del vuelo Lufthansa 181, la iconografí­a nazi, el Holocausto) y la ha disfrazado de alegato en pos del empoderami­ento de la mujer.

VIOLENCIA

En consonanci­a con sus escenarios, su vestuario y su iluminació­n, también las escenas de violencia del original de Argento son orgías cromáticas en las que, claro, domina el rojo. En una escena particular­mente memorable, una joven es abierta en canal a cuchillada­s y cae a través de una vidriera hasta quedar colgada en el aire de una soga; terrible, pero increíblem­ente vistoso. En la nueva versión, las escenas de violencia son más escasas y menos sangrienta­s –salvo el citado clímax– y, en general, su estilizaci­ón parece más destinada a regalarnos la vista que a provocarno­s pesadillas. —

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En la foto grande, un fotograma de la actual ‘Suspiria’. En la pequeña, uno de 1977.

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