A formar Govern
Los ‘antiprocessistes’ deberían ceder el relevo a los ‘processistes’ partidarios de la
XAVIER que la mayoría era y es insuficiente.
Ahora, la tesis de este artículo: los antiprocessistes, con su formidable capacidad de arrastrar al movimiento independentista hacia el todo o nada, lo condujeron por tan mal camino en la fase de finales de octubre, que deberían callar una buena temporada y ceder el relevo a los processistes, o sea los independentistas partidarios del diálogo, la negociación y los consensos internos. SI DEJAMOS
para una sátira digna del Gulliver de Jonathan Swift las predicciones sobre el inminente hundimiento de España, coadyuvado por el no menos inmediato ingreso en prisión de miles de independentistas desobedientes, hay que reconocer que el soberanismo se ha quedado sin nada que se parezca a una hoja de ruta. Solo cuenta con las protestas contra la represión indiscriminada y la gestión del gap emocional y de valores, casi infranqueable, que se ha producido entre la mayoría de catalanes y la mayoría de españoles. España acentúa la verti- calidad y Catalunya el deseo de horizontalidad. Si a alguien le parece poco es que no ha reflexionado ni cinco minutos sobre los desencadenantes de los cambios en la historia.
Tanto si gusta como si no a los partidarios de investir a Carles Puigdemont, no hay más remedio que formar Govern. Y no solo por el riesgo de perder la mayoría independentista en el Parlament de Catalunya o de dividirla aún más. La Generalitat del futuro se parecerá mucho más a una diputación que a la del pasado, pero quienes no estén dispuestos a regalar las diputaciones tampoco deberían despreciar su recuperación. Por devaluados que estén, entre los instrumentos y nada, mejor los instrumentos. Entre instrumentos en manos tuyas o del artículo 155, más vale en tus manos.
Los antiprocessistes partidarios de repetir elecciones también deberían tener en cuenta la frágil situación de Puigdemont, autoerigido en líder absoluto de las masas soberanistas. España, Alemania y la inmensa mayoría de catalanes, incluidos los independentistas, desean normalidad institucional. Que las posibilidades de su extradición vayan más o menos ligadas a la repetición o no de las elecciones es materia opinable pero no despreciable. En Catalunya, la moderación tiene premio aunque no lo parezca. En España, aunque tampoco lo parezca, acabará teniéndolo. LLEGADO
el caso, los mismos tribunales que han impedido la investidura de los encausados no dejarían que Puigdemont se presentara. Los avisos en sentido contrario no son sino llamamientos a montar las no pertinentes barreras legales. Somos capaces de protestar, con sólidos argumentos compartidos por más de media Europa, ante las retorcidas interpretaciones del Constitucional, el Supremo y la Audiencia Nacional. Somos capaces de escandalizarnos porque España no hace caso de las Naciones Unidas en la investidura de Jordi Sànchez. Pero en cambio damos por supuesto que no se va a inventar una fórmula, mágica o magistral, para impedir que Puigdemont se presente o para anular, si conviene, la candidatura que encabece. Más vale basar las previsiones en los antecedentes que en las ilusiones. Sobre todo, en las duras y difíciles circunstancias del presente.
El soberanismo ya no tiene hoja de ruta, solo cuenta con las protestas contra la represión