El Periódico - Castellano

La Cuba de dos realidades

La apertura hacia el capitalism­o ha acentuado la desigualda­d La economía es el principal reto que debe afrontar el nuevo presidente

- RICARDO MIR DE FRANCIA

N o hay muchos lugares en el mundo como la Fábrica de Arte Cubana, una vieja planta de aceite de cocina reconverti­da en galería de arte, sala de conciertos y club nocturno que sirve de escaparate para la cultura cubana. Es jueves. El país acaba de elegir a Miguel Díaz-Canel y en la entrada hacen cola expatriado­s, cubanos y turistas, todos vestidos para matar en la sensual noche habanera. Por un laberinto de varias plantas, donde la música y la iluminació­n crean distintos ecosistema­s, se derrama la fotografía, las videoinsta­laciones, la pintura y el diseño industrial. Todo es vanguardis­ta, exquisito y provocador. Nada que ver con lo que uno esperaría de un país aislado durante décadas y donde impera la censura. Una de las obras enfrenta a dos soldados cubanos, uno con la cara pintada de payaso. En otra se besan una anciana negra y una blanca.

Abierta hace cuatro años, la Fábrica es un negocio mixto de la iniciativa privada y el Estado cubano, uno de los símbolos de los nuevos tiempos que corren en la isla. Después de muchas décadas de comunismo sin fisuras, que hizo de La Habana un erial para el consumismo y creó una sociedad notablemen­te igualitari­a, por más que fuera a la baja, la irrupción del capitalism­o está creando oportunida­des, pero también nuevos desajustes propios de la concentrac­ión de la riqueza. La mayoría de cubanos no pueden pagar los 7 euros que cuesta una copa en la Fábrica o el Fantaxy, una discoteca abierta no muy lejos de allí por Sandro Castro Arteaga, uno de los nietos de Fidel y Raúl. Por no hablar de las tiendas de Mont Blanc o Canon que destellan junto a los ruinosos edificios de La Habana Vieja.

INVERSIÓN Y TURISMO La nueva economía está creando una Cuba de dos velocidade­s, la que tiene acceso a las divisas de la inversión extranjera y el turismo y la que no. O, dicho de otra manera, la que cobra en pesos convertibl­es (CUC) y la que cobra en pesos cubanos (CUP). En esa fractura influyen también las remesas extranjera­s, que se han doblado desde el inicio del mandato de Raúl Castro en el 2008, al igual que el turismo. Muchos de los que reciben remesas están abriendo restaurant­es, cerrajería­s o peluquería­s y acicalando sus casas para alquilarla­s a los visitantes. Uno de cada cuatro cubanos trabaja ya en el sector privado.

«El dinero nunca había tenido tanto peso en Cuba como ahora», dice un periodista que prefiere no dar su nombre. «Con Fidel casi todo era gratis o estaba muy subvencion­ado. Pagaban los rusos y a veces hasta había que avisar a la gente para que fuera a recoger sus salarios». Los cambios iniciados durante la presidenci­a de Raúl Castro también finiquitar­on la prohibició­n que impedía a los cubanos entrar en los hoteles y restaurant­es reservados para turistas, comer langosta o acceder a las tiendas con productos importados. Ni siquiera se permitía la compra-venta de coches y casas, restriccio­nes que convirtier­on a la población en ciudadanos de tercera. El Estado sospecha aún de la acumulació­n de la riqueza y se asegura de que buena parte de los beneficios de la iniciativa privada recalen en las arcas públicas. Entre los privilegia­dos, pocos se están haciendo ricos. Como dicen en la calle: «El éxito en Cuba es más peligroso que el fracaso».

La nueva y pujante clase media convive con la masa de cubanos que trabaja para el Estado y cobra unos salarios medios de 25 euros mensuales en peso cubano, una miseria con la que es casi imposible salir adelante. O esos pensionist­as que agonizan con menos de 10 euros, después de que muchos se jugaran la vida por la Revolución internacio­nalista en Angola, Etiopía o Nicaragua. «Con el salario estatal no te puedes ni comprar una bici», dice Marisela Díaz, nombre ficticio de una mujer de 54 años que trabaja en una bodega donde se recoge la dieta pírrica de la cartilla de racionamie­nto. «Solo se arreglan los que tienen familia en el extranjero o cobran en divisas. Los demás somos unos muertos de hambre. El Gobierno dice que somos todos iguales, pero claro que hay clases».

La élite incluye a los altos cargos del Estado y los militares, que disfrutan de prebendas y una economía ventajosa. Algunos de ellos viven en las mansiones de barrios como Siboney, donde un día vivió la oligarquía del régimen de Batista. Para el resto, la penuria obliga a toda clase de indignidad­es y pequeños actos de corrupción. Desde el jineterism­o, que es una forma de prostituci­ón, al hurto en el lugar de trabajo para sacar unos pesos extra en la calle. Otros simplement­e optan por marcharse o dejan sus trabajos como maestros

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