Emociones de verdad
Charles Aznavour cautivó al Liceu con un recorrido por sus clásicos
CRÓNICA
L a talla de un artista se manifiesta a veces ante los contratiempos, y Charles Aznavour demostró que la suya es así de grande después de vérselas, este viernes por la tarde, con un pinzamiento muscular que llegó a poner en peligro su actuación en el Liceu. Él mismo explicó, en un tono tragicómico, nada más salir a escena. «Hoy tenía dos opciones: una, no cantar, y la otra, morir en el escenario. Para ustedes sería algo para recordar: ‘Lo vimos morir en directo’», bromeó en francés ante un público perplejo.
Tras unos momentos de titubeo, en que pidió a su pianista, Erik Berchot, que lo ayudara a coger el tono, Les émigrants alzó el vuelo con toda su memoria de las generaciones de nómadas que, entre otras cosas, hicieron de Francia (y de la chanson) lo que es en la actualidad. Dejando reposar a veces su cuerpo en una silla alta, un poco menos grácil que otras veces, aunque no se vayan a pensar, este francés de origen armenio y de casi 94 años (los cumplirá el 22 de mayo) siguió con un Te espero, en castellano, de sólida expresividad vocal. Traje negro, tirantes rojos, estilo y buen humor.
PERFUME DE NOSTALGIA Aznavour ha seguido publicando discos en el siglo XXI y acudió a ellos en Je voyage, que cantó a dúo con su hija Katia, y en la hermosa y discreta Avec un brin de nostalgie, de su obra más reciente, Encores (2015). Sí, la nostalgia es uno de sus materiales predilectos: ya acudía a ella cuando apenas tenía edad para sentirla. Y ahí estuvieron los clásicos, como Mourir d’aimer, Désormais y aquella pieza que, quizá, inspiró a Adele, Hier encore, alimentando la emotividad con su dicción intachable y coronando algunas estrofas cerrando bruscamente la mano en un puño.
Recordó lo mucho que le gusta cantar en castellano en piezas como Sa jeneusse (Nuestra juventud) y ese Qui? (¿Quién?) que adaptó Rafael de León, aunque hay que decir que muchos de sus admiradores lo preferirán siempre en su francés original. Señor cantante y señor profesional de la escena, siguió bromeando sobre su estado de conservación («debo de ser el mayor de esta sala, si hay alguien que tenga más de 14 años y medio, que lo diga») y, aunque, en la rítmica y deliciosa Les plaisirs demodés, dijo no estar ya para danzas, acabó levantándose y simulando un baile agarrado con una pareja imaginaria.
La desolación de Que c’est triste Venise, con los teclados envolviéndonos de melancolía, condujo a La bohème,