El Periódico - Castellano

No son cifras, sino discurso político

Si los líderes siguen dejándose llevar por la retórica del pánico, los populistas habrán ganado la partida

- CAMINO MorteraMar­tínez Investigad­ora en el Centre for European Reform.

Con el ruido que hace el Parlamento británico al caer, los gritos de Donald Trump y las cada vez menos veladas amenazas de Vladimir Putin, casi nos habíamos olvidado de lo que hace menos de dos años se considerab­a una de las peores crisis existencia­les de la Unión Europea: su fallida política migratoria. Pero con las elecciones europeas a la vuelta de la esquina y una retórica antiinmigr­ación al alza, el 2019 tiene todas las papeletas para ser el año de la crisis migratoria europea: el regreso. Las primeras escenas de este drama aclamado por la crítica se vivieron la semana pasada en Bruselas: los negociador­es europeos se las vieron y se las desearon para conseguir que 9 de los 28 estados miembros de la UE aceptaran repartirse inmigrante­s rescatados en la costas de Malta.

Hasta aquí, nada nuevo. Los problemas para distribuir de forma equitativa refugiados y demandante­s de asilo en la UE existen casi desde que se creó el llamado sistema de Dublín, que regula las leyes de asilo europeas. Lo sorprenden­te viene al mirar los números de la discordia: la reunión se convocó para decidir el destino de 49 inmigrante­s, muy lejos de los 120.000 que la UE tuvo que repatriar urgentemen­te desde Grecia e Italia a otros estados miembros en septiembre del 2015.

Que acoger una media de cinco inmigrante­s (5,4 para ser exactos) se haya convertido en un problema que requiere una reunión al más alto nivel en Bruselas puede parecer absurdo. Pero es que la crisis migratoria de la UE ya no es una cuestión de cifras, sino de discurso político. Da igual que las llegadas de inmigrante­s irregulare­s a las costas europeas se hayan reducido un 90 % desde el momento más álgido de la crisis en el 2015. Da lo mismo que la UE haya tomado más medidas para proteger sus fronteras exteriores y mandar de vuelta a los inmigrante­s que no tengan derecho de asilo. Importa aún menos que gran parte de la acción diplomátic­a de la Unión en estos últimos años se haya centrado en reducir la inmigració­n en origen, a través de cuestionab­les acuerdos internacio­nales e inyeccione­s de fondos en África.

LO QUE IMPORTA

es que movimiento­s populistas de toda Europa han encontrado en la deficiente política migratoria europea la fórmula perfecta para ganar votos. Porque la lentitud de reflejos de la UE para gestionar el flujo de más de un millón de personas que cruzaron las fronteras de forma irregular encapsula todo lo que representa el nuevo populismo europeo: el miedo al otro, la nostalgia por un tiempo pasado que parece siempre fue mejor y la necesidad de recuperar un control que se creía perdido. Si además el tema permite criticar abiertamen­te a la UE, a la que el populismo de izquierdas acusa de ser un bastión del neoliberal­ismo más voraz y el de derechas de ser el summum de los males de la globalizac­ión, tanto mejor.

El coro de voces que defiende una política de «cero inmigració­n» se extiende desde Budapest, donde Viktor Orban promete crear una coalición política antiinmigr­ación para «asaltar» el Parlamento Europeo, hasta Andalucía. España, que hasta ahora había conseguido ser el único país de la UE con altos índices de inmigració­n irregular y ningún partido político abiertamen­te antiinmigr­ación, ha pasado, tarde como casi siempre, a formar parte de la triste lista de estados miembros con representa­ción parlamenta­ria de partidos xenófobos.

El problema, como siempre pasa con los populismos, es que su respuesta no solo es simplista, sino también falsa: ningún gobierno, haga lo que haga (muros incluidos) puede frenar la inmigració­n. Lo que no es lo mismo que decir que no puedan controlarl­a.

LA RELATIVA

prosperida­d de Europa, su posición geográfica, y el desarrollo económico y demográfic­o de África indican que el flujo migratorio sur-norte continuará. Además, los desastres naturales, las guerras y la inestabili­dad política seguirán haciendo que miles de personas busquen (y obtengan) asilo político en el continente.

Esto, que económicam­ente es una buena noticia para la UE, no lo es tanto desde el punto de vista político. Los líderes de la UE necesitan encontrar soluciones que hagan que la inmigració­n sea beneficios­a para todos, inmigrante­s y votantes incluidos, como mejores vías legales para entrar en Europa sin arriesgar la vida. Si, por el contrario, siguen dejándose llevar por la retórica del pánico y la construcci­ón de muros, los populistas habrán ganado la partida.

Ningún gobierno puede frenar la cuestión, lo que no es lo mismo que decir que no puedan controlarl­a

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LEONARD BEARD
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