El Periódico - Català - Dominical
Pau Arenós
quería ser alentador: «La situación va mejorando, pero aún no tenemos el plan de vuelo». Se hizo de noche, la tripulación repartió mantas y cojines y la comida disponible, ya sin distinguir entre primera y clase turista.
Llevaban una semana varados en un extremo del aeropuerto de Son Sant Joan porque las autoridades aeroportuarias negaban el permiso para el despegue. La razón era que, ante la saturación aérea general, no encontraban un hueco para autorizar la operación. No había horas suficientes en el día, ni tampoco en Barcelona, para salir-entrar. Un poco hartos de la comida en bandejas –al menos, habían conseguido suministros–, los viajeros se adaptaban a la situación, con un par de inesperados romances en las últimas butacas. Se duchaban en unas instalaciones del personal de tierra, habían recuperado los
Alzó de forma repentina el morro y los pasajeros creyeron que el corazón les tocaba la campanilla. Aterrizaje abortado por la tormenta
equipajes, estiraban las piernas en la pista (incluso organizaban sesiones de gimnasia) y algunos ejecutivos disfrutaban por primera vez de tiempo libre intersemanal. Al principio, a los controladores les urgía encontrar una solución, pero luego les reconfortaba ver a diario el avión desde la torre de control. Pasaron las semanas y los meses y la comunidad fortaleció sus vínculos. La compañía aérea los olvidó, el aeropuerto los toleró y solo con el nacimiento de la primera niña alguien planteó seriamente darles un nuevo plan de vuelo. www.xlsemanal.com/firmas