«Me ha dado mucha tristeza escribirlo porque he tenido que ver y escuchar cosas horrorosas»
las comarcas.
Y los presos que no morían, ocupaban la cárcel o el campo de concentración, que tenía «más de cien hombres custodiándolo, las letrinas fuera, y la situación era de hacinamiento. Estuvo a punto de construirse otro para más de 5.000 personas, pero al final no se hizo».
No faltaron los llamados hospitales de sangre, hasta seis hubo, y todo para una ciudad «de retaguardia», en la que las autoridades querían dar apariencia de normalidad, pero donde los per-