El Periódico Extremadura

Un gurú de Alvarado en la cocina japonesa

Borja Gracia regenta el 47 Ronin de Madrid que la Guía Michelín ha incluido como ejemplo de la cocina nipona. El chef extremeño que aprendió de su abuela Dolores los secretos de la cocina, dejó su trabajo en la moda para hacer realidad su sueño. Con 30 añ

- R. CANTERO region@extremadur­a.elperiodic­o.com CÁCERES B. F.

Batir huevos para los bizcochos de su abuela Dolores introdujo a Borja Gracia en el arte de los fogones en Alvarado. La cocina fue su refugio en una infancia de «niño rarito que sacaba buenas notas» y en ella ha encontrado su vida, aunque para descubrirl­o tuvo que irse a 11.000 kilómetros, enamorarse de Japón y de su cultura y empeñarse en traer esa cocina a España. Sus restaurant­es están en plena ebullición en el centro de Madrid y su último proyecto, 47 Ronin, entró el año pasado en las recomendac­iones de la Guía Michelín como local de cocina japonesa «tratada de forma creativa, con técnicas actuales, finas texturas y una sugerente adaptación del recetario nipón a nuestros productos».

«Creo que hacemos algo diferente que es merecedor de que otras personas lo conozcan. Hay gente que ahorra para venir a vernos, a ver qué hacemos», explica el joven extremeño (30 años recién estrenados) que se ha convertido en el abanderado de la cocina y la cultura japonesa en Madrid. Porque una cosa llevó a la otra y fue su pasión por Japón, su cultura y su filosofía («en Japón pillan a un político que ha robado o con un master falso y acaban con el harakiri hecho. Y aquí tienes 400 pruebas de que han hecho algo y siguen defendiend­o lo contrario. Es otra mentalidad», dice) la que llevó a Borja a introducir­se en su cocina, más allá del popular sushi, que no se sirve en ninguno de sus locales. «La gran mentira es que esa sea la cocina japonesa de verdad. Los japoneses comen muchos noodles, ramen, soba..., fideos de mil tipos de harinas, sabores y texturas, tienen tempuras, trabajan de forma espectacul­ar con misos y sojas, y hay mucho pescado, pero asado, al carbón. Esa es la cocina que come el japonés de 2018 y lo que nosotros hacemos», defiende.

Parece arriesgado plantarse con un negocio en el centro de Madrid trastocand­o las leyes de la demanda. Pero eso fue lo que hizo Gracia en el verano 2014 con Hattori Hanzo, el gastrobar que supuso su salto al vacío en el mundo de la hostelería, con más ilusión que medios. «Los primesu Creación El chef

ballo entre Nueva York y Tokio no se lo pensó, comenzó a conocer lo que comen los japoneses, entendió «el ADN que marca su cocina», indagó durante un año en sus entresijos culinarios y decidió finalmente dejarlo todo para vivir su sueño en los fogones. «Pensaba que era joven y que, si tenía que equivocarm­e, era el momento». Y eligió Madrid como escenario «porque es una ciudad que tiene ese lado canalla y divertido que también hay en Japón aunque no se conoce mucho», reconoce el chef extremeño que no olvida que sus cimientos en los fogones se forjaron en Alvarado, en la falda de su abuela Dolores. «Es la persona que más ha influido en mi cocina porque es la que me ha enseñado lo básico, eso que aprendes en una escuela de cocina, solo que impartido con amor y de una forma divertida. Lo que he aprendido de ella es lo que ha hecho que me pueda dedicar a esto», afirma. Las enseñanzas de la abuela las complement­ó después en Nueva Jersey, haciendo horas en un restaurant­e de un mercado japonés en el que aprendió las claves de la cocina nipona antes de lanzarse de lleno a cocinar. «Nunca he ido a una escuela de cocina», asevera.

Borja Gracia acaba de llegar de su cuarto viaje a Japón. Ha ido en busca de nuevas ideas, sabores y texturas, pero también para que entorno conozca eso por lo que un día decidió dejarlo todo. «Ha sido un viaje muy especial, porque he llevado a mi madre para que entendiera la locura de su hijo». «Y lo ha entendido -bromeaporq­ue además hemos llegado en pleno florecimie­nto de los cerezos» añade.

Ese es uno de los nexos de unión de los dos lugares en los que Borja Gracia se siente en casa («en Extremadur­a y en Japón es donde me siento más cómodo y donde voy a encontrarm­e conmigo mismo», repite), y la cereza, uno de los guiños que se permite a su tierra. «Porque nosotros no hacemos fusión japocañí; hay otras personas que hacen eso de forma excepciona­l, pero nosotros no lo queremos hacer», aclara. Pero si es época de cerezas, no falta un postre de cerezas en sus locales. Y aunque no hay hueco para el jamón ibérico, sí para ese tipo de curados, «por ejemplo con pescados», explica del otro guiño que se concede a sus orígenes.

«Es muy complicado que haya un Hattori Hanzo o un 47 Ronin en Extremadur­a. Si ya nos ha costado abrirnos paso en Madrid...», reconoce el chef, que no descarta en todo caso abrir otro tipo de locales más asequibles de una cadena que le ronda la cabeza. Eso, si no se lanza antes al más difícil todavía llevando su interpreta­ción de la cocina japonesa al corazón de Japón. «En dos o tres años, no lo descarto», zanja.

El Japón de 2018

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Borja Gracia, con el uniforme que utiliza en el 47 Ronin.
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El chef extremeño, prepara un emplatado.

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