ELLE Decoration (Spain)

EL LADO FEMENINO

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El siglo XX despertó la faceta más delicada de las molduras. Véase, si no, este piso de Madrid, en el que recuperar el zócalo original de principios de siglo fue prioridad absoluta. Algo comprensib­le, a juzgar por la belleza de la hilera de guirnaldas enlazadas y las cuadrícula­s. El contrapunt­o a tan romántico ornamento lo ponen unas piezas de chatarra prensada.

De las cosas que más irritan a los “modernos” que compran un piso antiguo, es que pueden tirar tabiques y ampliar espacios, pero las molduras originales de los techos y paredes las tienen que indultar, no vaya a ser que se les acuse de depredador­es desatinado­s. La reticencia es natural, pues todo “moderno” que se precie tiene los preceptos de Adolf Loos, resumidos en “Ornamento y delito”, como libro de cabecera. Y es que, el adorno superficia­l se veía entonces como un crimen contra la funcionali­dad de las cosas. Reivindica­ciones aceptadas que más de un siglo después se pueden revisar sin que a nadie se le disparen las alarmas. No hay más que ver la obra de la artista Candida Hofer para que uno se reconcilie con los interiores de techos recargados de molduras del barroco, el rococó o el neoclasici­smo, y para que algunos de nuestros prejuicios visuales sean puestos a remojar.

El diseñador holandés Joris Laarman presentó hace unos años un fabuloso radiador de formas caracolead­as, donde se pelean las grecas con los arabescos y la lacería con las volutas, los roleos y las almenillas, por mencionar sólo algunos detalles, que ése es un mundo complejo y habría que hacer una autopsia decorativa para afinar más el tiro. Heat Wave (así se llama) pretendía confirmar ( y confirma) que el ornamento podía tener también un interés funcional, pues conseguía que se llevara agua caliente a una mayor superficie, haciéndolo más decorativo y también más eficaz. Con una mirada más sentimenta­l, recuperó Marcel

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